Por REDACCIÓN
Por Hugo Borgna
Entonces nos sentíamos importantes, pertenecientes a la distinguida cultura francesa, cuando en las conversaciones diarias invocábamos a escritores, actores, pensadores y directores de la “nouvelle vogue”. No éramos ni precursores ni protagonistas: solo testigos, pero también beneficiarios de tanta dosis de savoir. La película “Un hombre y una mujer”, de Claude Lelouch era una referencia privilegiada para empezar a compartir una interesante conversación, con su inquietante pregunta -casi sin contestar- desde la pantalla: “¿pour quoi?”
La novela y el pensamiento brillaban, desde la idea más trabajada y compleja. El cine era una cobertura intangible que protegía y depositaba amablemente, llenando hasta la mejor de nuestras expectativas.”Bonjour tristesse” (nos gustaba decirlo en su idioma de origen) fue la primera novela de François Sagan. La siguieron otras célebres como “Una cierta sonrisa”, pero aquí vamos a hacernos cargo de este punto de partida, en sus dos versiones.
La obra escrita circuló desde 1954, con el respeto y aprecio de los intelectuales, que eran prácticamente todos los seres andantes, sensibles y pensantes.
Cuatro años después se la saboreó -sin edulcorar- en forma de película, actuada por emblemáticas figuras: un galán de mediana edad, la aún seductora amiga de su esposa y una post adolescente, portadora de un corte de cabello liso y sencillo que llamaba la atención.
La historia de ficción dice que Raymond (David Niven), el bon vivant que ha enviudado, pasa sus días en la Riviera Francesa junto a su hija Celine (Jean Seberg), joven deseosa de gozar sus días en total libertad, al mismo modo que su padre, de excelente presencia. A ese lugar de Francia concurre Anne (Deborah Kerr) amiga de la esposa fallecida de Raymond, buscando un acercamiento con Raymond y la superación de un estatus.
Esta visita pone un punto de alerta. No tanto a Raymond, quien no altera su modo libre de dandy, sino a Celine; ella comparte su práctica de libertad con su padre y desea consumar la suya. Entra en escena Anne, quien intenta acercarse a Raymond y lo está consiguiendo, pero Celine advierte que la unidad en la idea de felicidad padre-hija va a ir decreciendo, ya que Celine ve con reproche que Anne (una supuesta posible nueva madre) intente corregir la prácticas “escandalosas” de ella con su novio que, a su vez, son practicadas para exponer su idea de libertad y para hacerle saber a Anne que ella (Celine) va a hacer su idea como más le guste pese a que no le caiga bien a Anne, quien a su vez percibe que Celine intenta que la relación de su padre con Anne no siga creciendo. Anne, a su vez, hace su jugada. Reclama que Raymond “enderece” la liberal conducta de Celine, pero se encuentra con la indiferencia de él, quien no la apoya ni pone interés tampoco en cambiar su actitud de play boy. Ocurre una circunstancia trágica -un accidente de automóvil donde muere Ann- que envuelve a los personajes en un profundo clima de tristeza e incertidumbre: la vida a partir de ahora ya no podrá tener para Raymond ni para Celine esa felicidad hedonista, tampoco ellos podrán asumir un modo mas participativo. Quedan los dos como mirándose a un espejo que muestra inciertas imágenes de ellos. Parecen estar saludándose con un “Buenos días, tristeza”
El cine de Europa, pasando desde Italia por nuestros ancestros, desde España por tanta historia común y por el idioma, nos reconocen permanentemente, y también el de Francia, por la elegancia que nos legaron y la idea de recibir la vida en profundidad, todos nos dejaron algo de una esencia. Desde la idea de lo espontáneo como modo de expresarnos, alguna vez ha caído, como una esencia de lluvia, la nostalgia con sus formas de soledad. Y la tristeza.
Esa que alguna vez dejará de inmiscuirse en la vida de los que no la llamaron.