Por REDACCIÓN
Por Hugo Borgna
Por esas cuestiones de que se supone que alguien ha nacido en el lugar donde vive, muchos dan por descontado que Elda Massoni era originaria de esta ciudad.
No es así. Nació en la cercana Ataliva el 28 de agosto de 1938 y su infancia tuvo como espacio el cielo abierto de nuestra región. Vivió, eso sí, la mayor parte de su tiempo bajo la luz y estrellas de Rafaela hasta el 18 de octubre de 2001; fue dueña y llegó a conocer el presente siglo, del mismo modo que se apoderó del respeto y admiración hasta el momento en que las personas -es decir siempre- tengan necesidad de informarse en un libro o -simplemente- quieran ejecutar el dulce placer de saborear la literatura.
Lo “suyo” fue, para un conocimiento parcial, sembrar poesías con sugerentes alusiones y frecuentes metáforas para nombrar hechos y pensamientos (“Los días y el olvido se confabularon - Nadie dispuso los retornos - nadie trajo las llaves para abrir la puerta del misterio - Cuando cayeron las hojas de las acacias - el suelo se tapizó de interrogantes - Pero todo era un espejismo - seguíamos estando lejos - la vida pasaba más allá - dejándonos al margen tan solos – tan solos”).
Igualmente practicó una prosa inquietante cuando mostró sus conclusiones al examinar a los hermanos de convivencia en el mundo (así veía al resto de los humanos) y definía llanamente. “Existen personas tan quejosas que no soportan ni su propia sombra. La vida se les hace un martirio y cada uno es un calvario nuevo que recorrer” (“Yo me quejo, tú te quejas”, artículo de “Señales…en la Tierra y en el Cielo)”.
Esa combinación intensa de fortaleza y belleza formal llamada Elda Massoni dejó, después de los libros (“La piel del siglo” (1973), “Los límites de la memoria” (1981), “La llanura tiene dioses” (1987), “Señorita Magdalena” (1988), “Leyendas de la llanura” (1992), “Frutita verde” (1993) , “Huellas en el llano” (1995) y “Susurros” (1997).
Todos, regalos para la imaginación y la sensibilidad más profunda.
Pero faltaba pendiente de cumplir, porque el indiferente tiempo le quitó espacio en la Tierra, un último obsequio que se materializó con “Señales…en la Tierra y en el Cielo” que incluye poesías inéditas y textos publicados en “Señales”, sección sabatina del diario “La Opinión” de Rafaela.
Ese es el regalo. Un libro de 155 páginas compaginado por escritores que la conocieron y frecuentaron su tiempo y su obra, quedando un valioso objeto que muestra su capacidad artística y de crítica, trabajando en conjunto textos elaborados con precisión.
Hay quienes ubican en veredas opuestas lo estrictamente periodístico y la creación -abstracta por lo general- del escrito embellecido.
Elda Massoni queda como indócil ejemplo de que es posible que estos primos (el periodismo y la escritura literaria) convivan y enriquezcan juntos la palabra escrita.
Esta obra, amplia, tierna y por momentos poderosa, pone a la vista el valor que une a las personas: el amor sin restricciones al objetivo común, a la solidaridad por las víctimas de impaciente tiempo y, finalmente, a los que podrán conocer desde aquí hasta muchos siempres juntos, el producto del interior humano, tan tímidamente escondido a veces por una prudencia no siempre aconsejable.
“Señales…en la Tierra y en el Cielo” vio la luz en la Imprenta La Opinión, en julio de 2002.
Sumamente aconsejable, es un documento escrito en la piel del aire de todos los siglos.
Por todo lo demás, Elda Massoni vivió y amó como todas las criaturas que se puede encontrar a diario cuando se abre los ojos, sin necesidad de que exista un motivo especial.
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