Por REDACCIÓN
Por Hugo Borgna
Lejos de lo que implica y contienen, el brumoso póker, el impredecible siete y medio, la saltarina generala o el “mentiroso” truco, los juegos se caracterizaron y clasificaron más por la habilidad para informar-ocultar que por la esperanza de que el azar premie a los jugadores, especialmente cuando se inician, sean o no debutantes o interesados en aprender técnicas o tácticas “infalibles”
Es posible ubicar a los juegos con fuerte carga de riesgo de pérdidas en locales cerrados, esencialmente individualistas, mostrados muchas veces en las artes, sean literarias o productos del cine, buscando en todos los casos el imprescindible dramatismo de las escenas -siempre definidoras- de aquellas otras prácticas que parten de la transparencia y el ambiente familiar y con amigos. Aquí la idea es integrar y pasar momentos amables, ocurriendo que en todos los casos, la práctica incluya el respeto a las reglas del juego y obligue a la máxima concentración.
Sean de naipes (españolas o francesas) o de dados, los más emblemáticos son dos que dependen de la habilidad, uno en cada extremo de los que se pueden nombrar en voz alta o son para los integrados previamente.
Vamos a ocuparnos ahora de los aceptados por la sociedad, amables e integradores, por más que se haya incluido a veces valores en dinero “para dar un poco de emoción”. La sorprendente “Escoba de 15”, el inocente “Roba montón”, la folklórica “Báciga”, el engañador “Desconfío” y, en otros espacios, las contenedoras “Canastas” y el largo “Chin chon”, son un amplio muestrario. Por su parte hay que reconocer presencia importante al histórico truco, integrado muchas veces a la familia, como un juego reconocido con respeto, aunque haya crecido en ruidosos boliches.
Verdaderamente se lo habría podido mencionado en público, en familia o con visitas ocasionales. Eran participantes útiles para indicar los puntos los discretos porotos, y hasta hubo casos en que en sesión de una sastrería se utilizaron botones por no tener el elemento comestible a mano.
Las palabras timba y escolaso se sintieron aliviadas de culpa implícita. Ya podían disimular que una parte suya, agregada a que la gente que es brutal cuando se ensaña y es feroz cuando hace un mal, anticipaba su presencia y predisponía negativamente.
Aportó a su modo la música de tango, con la generosa y nueva compañía de Discépolo; ya no eran un muestrario de la peor gente, esa que le quitaba el pan a la vieja para perderla -junto a los restos de vergüenza- en los humeantes garitos.
En conversaciones normales timba y escolaso eran nombres de algo específico que podría aplicarse a las reuniones de generala en familia y con amigos, sin que hubiera dinero en juego, y una broma aceptada, por más que los objetivos parciales del juego eran comunes instancias del modo con naipes: póker para cuatro dados, full para tres y dos, pierna para tres y par simple.
Empezaron a ser necesarios solamente como testimonio de una época pasada. El juego (ahora llamado así genéricamente lejos de las nubes de humo del antepasado que se lucía en películas) ya no tuvo como elemento indispensable un espacio distinto al del hogar.
Ha encontrado el modo de hacerlo por medio de la pantalla televisiva, mostrando distintas situaciones de la familia donde miembros mayores o parejas adolescentes, apuestan sobre situaciones posibles de ocurrir. Se introdujo tanto en los domicilios, que fue necesario el aviso en pantalla de que están prohibidas, por ser ilegales, las apuestas de menores de edad.
El tiempo y los que lo habitan siguen su avance. Lo que antes era impensable, ahora es corriente.
Julio Verne, pronosticador de futuros, se sentiría anonadado ante el avance de tiempos por llegar.
Parece por momentos que asumirlo como escolaso o timba históricos, suena menos peligroso.