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Sociales Martes 16 de Septiembre de 2025

Sensaciones y sentimientos: irreductibles tapas de mermelada

La apertura de esos manuables frascos -sin embargo y como la zamba del pago- tiene un secreto.

Agrandar imagen Aventuras y desventuras al abrir un frasco.
Aventuras y desventuras al abrir un frasco. Crédito: iStock

Por Hugo Borgna

La primera vez que lo hicimos, hace bastantes años, pareció fácil. Costó un poco de trabajo encontrar el lugar preciso donde colocar la punta del cuchillo, para luego girarlo a la derecha y, tras haber escuchado el suspiro que habilitaba las aperturas, hacer ese pequeño recorrido sujetando el frasco con mano izquierda mientras se hacía el salvador movimiento final con la derecha, quitando con impresión de alivio la tapa hacia arriba. La impaciencia, sin duda, había perdido y al fin se podía probar la mermelada. Llegaba el premio, cuando una útil cucharita daba información precisa de que el contenido era el que efectivamente estaba en la etiqueta. El principal aprovechamiento comenzaba mediante una segunda, ilimitada carga dulce.

La apertura de esos manuables frascos -sin embargo y como la zamba del pago- tiene un secreto. Como la punta del cuchillo de corte nunca abre por sí sola la tapa, a pesar de que se ponga el frasco de costado y con la tapa hacia abajo, hay que vencer la resistencia heroica a cualquier cuchillo que amenace.

Los frascos y tapas de mermeladas lo saben por consistencia de origen, pero más por antiguos. Siempre les viene bien un oportuno refrán o, al menos un dicho criollo elaborado y popular.

En el momento en que el hombre parece haber profanado al indócil frasco, la mujer, cerca, sin hacer comentario, está presta a intervenir sin lastimar el amor propio de él, haciendo delicadas sugerencias, como la de someter el frasco a un tratamiento exterior de agua caliente. El hombre, con digno respeto y sin intentar defender su ya escaso arte para abrir frascos herméticos, la premia con una clara mirada de aprobación.

Pero no siempre existía ese final feliz. Otras veces el hombre no renunciaba aún a su intento, y miraba un cuchillo de amenazadora fortaleza y al frasco al mismo tiempo. La evaluación que hacía lo llevaba a leer antes a un autor que se había ocupado de cuestiones “minimas” como esa.

Para decirlo gramaticalmente, era solo una pausa, un tiempo de espera, convocatoria a sus soldados más firmes para atacar al temeroso frasco, que ya deseaba poder abrirse solo.

El hombre recuerda haber interrumpido la lectura de Cortázar (“Historias de cronopios y de famas”) en una parte específica, en que tomaba cuestiones pretendidamente cotidianas (dar debida cuerda a un reloj, consiguiendo que “el tiempo como un abanico se va llenando de si mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan” y, continuando con la dolorosa contemplación del aplastamiento “como bofetadas” de las gotas sobre los vidrios de una ventana, y se empapa de preocupación por una de ellas. Pequeña, había surgido “del marco de la ventana, se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea y va a caer y no se cae, todavía esta prendida. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga, ya es una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto ¡zup!, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol (…) las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran (…) sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós, gotas, adiós.”

El hombre de la casa vuelve a su ventana comestible, mira que no llueve. Se encuentra frente a una tapa de frasco que se resiste a ceder. Mucho más digna y respetable que una anónima gota de lluvia, su destino merece una tarea de más prestigio y empeño.

En un digno empate, coloca al cuchillo con la punta distante al frasco (para no asustarlo) y encara hacia la heladera, donde hay uno que ya fue abierto por otras manos de la casa.

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