Por REDACCIÓN
Por Hugo Borgna
En la bien poblada historia de nuestra música, existen unos primeros versos que, con solo oírlos, motivan los sonidos y las sensaciones. Crean la necesidad de seguir escuchando.
“No sabrás nunca sabrás – lo que es morir mil veces de ansiedad”
En este verso, el contacto emocional ya ha quedado sólidamente construido.
“No podrás nunca entender – lo que es morir y enloquecer – tus labios que queman, tus besos que embriagan y que torturan mi razón, – sed que me hace arder y que me enciende el pecho de pasión - siento arder en mi interior una vorágine de amor - Estás clavada en mí te siento en el latir abrasador de mis sienes – Te adoro cuando estás y te amo mucho más cuando está lejos de mí”
Era el año 1951, un tiempo radial generoso en la información. Una reglamentación había establecido que los locutores debían decir, respecto de los temas musicales, y además del título, el nombre de los autores. Por eso “Pasional” se anunciaba como “de Caldara y Soto”.
Recitado: “Así te quiero dulce vida de mi vida, así te siento solo mía siempre mía”. A continuación el canto: “Tengo miedo de perderte – de pensar que no he de verte - ¿Por qué esa duda brutal – por qué me he de sangrar – si en cada beso me siento desmayar? – Sin embargo me atormento – porque en la sangre te llevo – y a cada instante, febril y amante quiero tus labios besar – Tus manos desatan caricias que me atan – a tus encantos de mujer – Sé que nunca más podré arrancar del pecho este querer – Te quiero siempre así estás clavada en mi como un puñal en la carne - y ardiente y pasional temblando de ansiedad quiero en tus brazos morir”.
Agotada la influencia del post modernismo, que había recargado la palabra con brillo sonoro pero vacía, se produjo un proceso de limpieza a partir de las letras de Alfredo Le Pera. Mario Soto, autor de Pasional, optó por la palabra directa y la sensación de fuerte impacto, sin dejar lugar a la metáfora, esa que había embellecido las contemporáneas letras de contenido erótico.
Es cierto que la repetición por sí sola de una palabra no es aconsejable si no se apoya en el resto del cuerpo. En “Llanto por Ignacio Sanchez Mejía”, García Lorca incorpora con insistencia la expresión “a las cinco de la tarde”, cerrando tensos momentos del torero acercándose a su fin.
Pero estábamos con Pasional, de Jorge Caldara y Mario Soto. La repetición constante le da nuevo drama al interior incendiado del personaje. No es ya la justificación para cumplir con la regla de la escritura; es la necesidad de decirlo claramente: hay que tener en cuenta que está escribiendo un texto con destino de canto.
Así, expresiones como “sangrar”, “sangre”, o imágenes duras (“un puñal en la carne” “tormento”, “enloquecer” “clavada en mí”) no se sienten como gastadas ni son un lastre como puede ser un “lugar común”. Se convierten en necesarias herramientas para transmitir un estado emocional que, como se busca con exageración, refuerza sin la sensación de repetirse.
Se busca transparencia y claridad por el camino más directo, el sentimiento de fondo surge con energía y, como resultado, resulta sumamente tentador para que encuentren lucimiento cantores que sienten y transmiten letras de contenido dramático como un motivadores ideales para el canto comprometido con la vida y los sentimientos.
Está escrito para hombre, aunque lo hayan grabado cantantes femeninas. No sufrió desgaste con el tiempo y renace cada vez que se oyen las primeras notas, antes del canto.
No se puede escuchar con indiferencia. Su componente late en estado intenso y puro.
El tiempo, que no para de transcurrir, aviva su presencia.
Pasional sigue ardiendo.
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