Por REDACCIÓN
Por Hugo Borgna
No todos los libros son para todas las edades. Más aún, se puede decir que la relación entre cada edad y los contenidos depende mucho de la idea del autor, y más de la expectativa del potencial lector, ese que en este preciso momento puede estar mirando con inquisidor interés lo que le está diciendo una tapa; callada, en voz adecuada a su manera.
“Platero es pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera…” Pocas palabras para crear un promisorio clima que no abandona a quien las ha acabado de leer. Nobel en 1956, nació en Moguer (Huelva) en 1881. A los 36 años publicó “Platero y yo”, que alcanzó rápidamente grande y decisiva repercusión y, a medida que transcurren estos años nuestros, sigue generando nuevos admiradores y estudios sobre distintos aspectos de su escritura.
¿Es un libro para niños?
¿Se puede no percibir que ellos sentirán ternura por ese que-no-es-más-que-un-borrico? ¿Alguien puede negar que esa prosa es tan cristalina, que ha quedado en la historia como modelo casi obligado de la prosa poética? ¿Quién puede negar el paquete de buenos sentimientos que transmite “Platero y yo” en toda su extensión? Casi finalmente: ¿puede alguien no notar la entrega humana que transmite Juan Ramón Jiménez? ¿puede alguien ser tan insensible para no dejarse ganar por ese halo de extraña criatura con nivel propio que es Platero? ¿Alguien puede hacer callar a ese niño eterno que está atento en cada adulto y lo hace emocionarse?
Pero Platero muere.
Ha comido esa raíz mala de la tierra, entre la yerba. En varios capítulos finales se presenta la dureza que implica perder una vida que supo acariciar tibiamente las florecillas rosas. ¿Qué torpe ilusión devolverá el trotecillo alegre y el cascabeleo ideal?
Platero está muerto, la barriguita de algodón hinchada como el mundo elevándose hacia el cielo de Moguer (…dulce Platero, va tu alma que ya pace en el paraíso, por el alma de nuestros paisajes moguereños, que también habrán subido al cielo con la tuya…)
Una vez que el clima de Platero y yo se ha instalado, resulta difícil quitarlo de las vivencias. Juan Ramón Jiménez lo hizo con absoluta limpieza en la escritura, tan firme o flexible como se la vea o se la presente.
Platero y yo compone ese grupo selecto de los libros “clásicos”, es decir aquéllos que se degustarán en cada tiempo que se los reclame, y también en ese sector tan exquisito de los de cabecera, los mismos que obligan permanentemente a buscar entre sus páginas indispensables verdades humanas y literarias, las que allí han sembrado vegetales útiles para todas las edades.
Habíamos comenzado con una pregunta sobre Platero y yo. Específicamente, si puede considerarse un libro para niños.
Se podría decir, para cerrar, algo que genere conformidad general. Un punto de partida que, si bien no va destinado especialmente, puede reconocerse como tal.
¿Qué dice Juan Ramón Jiménez en un prólogo para la primera edición infantil de 1914?
“Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para…¡qué se yo para quién!... para quiénes escribimos los poetas líricos…Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma…¡Qué bien!”
“Donde quiera que haya niños, existe una edad de oro. Por esa edad más profunda, como una isla espiritual caída del cielo, andan el corazón y el poeta. Se encuentran allí tan a gusto, que su mejor deseo es no tener que abandonarla nunca".