Por REDACCIÓN
Por Hugo Borgna
Si se dice que el ambiente condiciona la obra de un escritor, no se habrá descubierto nada.
Más, es parte interesada en el mensaje que lo forma como persona.
La obra de Juan L. Ortiz, la intensa quietud del paisaje que lo circunda y habita es un ejemplo claro.
Puede llegar a ser bueno conocer el interior de una vida que produjo tanto y con tanto significado.
Este “marginal”, “excluido” y “solitario” nació en 1896 en Puerto Ruiz, cerca de Gualeguay, donde vivió con su familia desde 1906. Fue en el año 1912 en que publicó sus primeros poemas esporádicos radicales y anarquistas.
Como es natural en los escritores, poetas o prosistas, viajó a Buenos Aires donde se contactó con otros poetas y publicó en revistas. Adhirió a la poesía de Juan Ramón Jiménez. En 1915 volvió a Gualeguay después de haber estado en Marsella, viajando en una nave de carga.
Empiezan allí los acontecimientos que hacen crecer las raíces de los escritores con la mirada hacia afuera, en el paisaje y también la vista interior a su propio ser; entró a trabajar en una dependencia municipal en la que transcurrió hasta 1942, año del pase a su jubilación.
En Gualeguay le ocurren hechos importantes de la vida privada; en 1924, con su casamiento con Gerarda Irazusta con quien vivió hasta el último de sus días, y la del artista escribiendo ferviente y continuadamente poesías. Por 1923, a instancias de un comprovinciano, comienza a seleccionar de su ya abundante creación poesías con intención de que configurara libros.
El primero es “El agua y la noche”, en 1933 cuando ya tiene 37 años. Lo seguirán “El alba sube…” y ocho entre 1938 y 1958; todos solventados por el autor en ediciones de pocos ejemplares: El ángel inclinado, La rama hacia el este, El álamo y el viento, El aire conmovido, La mano infinita, La brisa perfumada, El alma y las colinas, De las raíces y del cielo.
Como resultado de tan amplia producción, llegó a la edición con alcance nacional. En 1970 la Biblioteca Vigil de Rosario lanzó los tres tomos de “En el aura del sauce”, que incluyó los libros anteriores y tres inéditos: “El junco y la corriente”, “El Gualeguay” y “La orilla que se abisma”.
Por entonces Ortiz ya se domiciliaba en Paraná, donde se había radicado luego de jubilarse, colaborando con publicaciones de Entre Ríos y de Santa Fe, conectándose con autores activos de esta capital y las dos provincias. Su vida incluye, asimismo, un viaje de dos meses a China y Europa oriental y conferencias dadas en la ciudad de Buenos Aires.
Fueron prácticamente las únicas salidas de “Juanele”, bautizado así -se puede suponer con buen margen de certeza- en el ámbito provincial y de la ciudad de Santa Fe, donde su crédito autoral y humano era corriente y reconocido.
Terminó su vida humana en Paraná en 1978. La otra existencia, la del arte y de la convivencia armonizada con el paisaje, siguió vigente y alimentada por raíces de belleza natural envuelta en mensajes de alma.
El alcance de la poesía no tiene sitios limítrofes. Tampoco un medidor selectivo (es de esta zona, es de llegada nacional) que, en la mayoría de los casos pretende con esa clasificación que identifica el lugar de residencia una aceptación natural “porque es de aquí”.
Juanele ocupa un espacio propio y seguidor en la patria de los sensibles, que buscan un sitio de expresión genuina, permitiendo la existencia del acto creativo apto para cualquier espacio.
En definitiva, para dejar claro el concepto, el autor local (o con el premio apreciado de ser “regional”) aporta el sentimiento de orgullo porque, reconocido, además vive entre nosotros y lo encontramos con frecuencia. Como a Juanele, en su momento de residencia casi “solo” litoral.