Por Guillermo Briggiler
En economía, hay olas que pasan y olas que cambian la historia. El universo de las criptomonedas no es una moda pasajera: es una transformación estructural en la forma en que entendemos el dinero, la inversión y el valor. Y Argentina, con sus particularidades económicas, está en una posición singular para subirse a esta tendencia.
El mundo avanza hacia una digitalización completa de las finanzas. Las criptomonedas ya no son solo Bitcoin o Ethereum; hoy existen stablecoins atadas al dólar, tokens que representan bienes físicos (desde inmuebles hasta obras de arte) y sistemas de pago internacionales que funcionan sin fronteras ni intermediarios. La tokenización de activos, convertir algo tangible en un activo digital negociable, está abriendo un mercado global que crece a doble dígito cada año.
En la Argentina, el atractivo es doble. Por un lado, la búsqueda de resguardo de valor frente a la inflación y la inestabilidad cambiaria ha impulsado a millones de personas a explorar opciones fuera del sistema bancario tradicional. Por otro, la juventud y la alta penetración de tecnología digital en el país generan un ecosistema donde la adopción masiva es posible y rápida. No es casual que Argentina esté entre los países con mayor uso per cápita de criptomonedas en la región.
Ya hay comercios que ya aceptan pagos en cripto. En Rafaela, en barrio Italia hay un comercio que posee un cartel que dice que acepta los pagos en Bitcoin, y sabemos que en Buenos Aires algunos restaurantes también los tienen como opción de cobro. Encontramos publicidades de locales de indumentaria que ya cobran en USDT (que es algo parecido a un dólar digital), lo que les permite resguardar el valor de la venta y evitar las distorsiones del tipo de cambio.
Existen proyectos inmobiliarios tokenizados. En Rafaela la Torre Regina de BC Inversiones admite tokens y criptos como medio de pago. Y en breve los desarrolladores van a comenzar a vender fracciones digitales de inmuebles, permitiendo a pequeños ahorristas invertir en ladrillos con apenas 100 dólares.
También existen freelancers, exportadores de servicios, programadores, diseñadores y consultores argentinos que cobran en criptomonedas, evitando demoras, comisiones y restricciones del sistema bancario local.
Y como si fuera poco, tenemos productores agropecuarios que operan con blockchain. Algunos acopios ya usan contratos inteligentes para vender granos y cobrar automáticamente en dólares digitales, reduciendo riesgos de impago.
El futuro que se viene no es de billetes impresos, sino de activos programables. Imaginemos un campo tokenizado que se vende por fracciones en una plataforma global; un emprendedor que recibe pagos en stablecoins desde cualquier lugar del mundo; un pequeño ahorrista que invierte en un bono tokenizado emitido por una empresa extranjera, sin burocracia ni trabas cambiarias.
Los desafíos son reales: marcos regulatorios todavía poco claros, educación financiera y seguridad digital. Pero las oportunidades superan ampliamente los riesgos si se actúa con visión. La economía argentina necesita diversificar sus fuentes de financiamiento y sus canales de inversión (ya no solo son los plazos fijos como alternativa segura), y las criptomonedas pueden ser un puente para conectar el talento y el capital local con el mercado global.
Si en la década del 2000 la conexión a internet cambió nuestra forma de informarnos y relacionarnos, en estos años las criptomonedas y la tecnología blockchain cambiarán la forma en que ahorramos, pagamos compras, invertimos y hacemos negocios. Y quien entienda esto a tiempo, no solo protegerá su patrimonio, sino que también podrá multiplicarlo. Claro que es necesario informarse y capacitarse sobre este nuevo mundo de las finanzas para tomar las mejores decisiones.
El tren ya está en marcha. Y esta vez, Argentina tiene la oportunidad de subirse en primera clase.
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