Por Guillermo Briggiler
Bitcoin acaba de romper la barrera de los 100.000 dólares por unidad, un hito histórico que vuelve a poner a la criptomoneda en el centro del escenario económico global. Este fenómeno, lejos de ser casual, es el resultado de una combinación potente de factores económicos, políticos y financieros que marcan el inicio de una etapa que podría redefinir los paradigmas del dinero tal como los conocemos.
El primer motor de este rally es estructural: el halving, una palabra que se refiere al evento periódico con el que se reduce la oferta de nuevos bitcoins en el mercado. Hace un año aproximadamente, en abril de 2024, Bitcoin redujo nuevamente a la mitad la emisión de nuevas monedas, pasando de 6,25 a 3,125 BTC por bloque. Este mecanismo incorporado en su código apunta a una escasez programada que históricamente ha antecedido fuertes subas de precio. Menos oferta, más presión alcista y el mercado respondió con entusiasmo.
A eso se suma un ingrediente político: la vuelta de Donald Trump al poder en Estados Unidos. Su discurso pro-cripto y su propuesta de crear una “reserva estratégica” de Bitcoin por parte del Tesoro norteamericano dinamizaron aún más la confianza de inversores institucionales y pequeños ahorristas. Para muchos, esta postura rompe con la tradición financiera de Washington y abre la puerta a una adopción más decidida de activos digitales por parte del Estado.
Pero quizás el factor más relevante fue la aprobación de los ETF de Bitcoin al contado en enero de este año. Un ETF de Bitcoin (por sus siglas en inglés, Exchange Traded Fund) es un fondo cotizado en bolsa que sigue el precio del Bitcoin, permitiendo a los inversores comprar y vender participación en el fondo como si fuera una acción, sin necesidad de comprar directamente la criptomoneda. Estos fondos cotizados permiten a grandes inversores acceder al mercado de criptomonedas sin necesidad de custodiar los activos directamente. ¿El resultado? Un flujo de capitales institucionales sin precedentes, que reforzó la demanda y disparó el precio.
El contexto macroeconómico también colaboró. La inflación, el temor a una desaceleración global, y las dudas sobre la estabilidad de las monedas tradicionales llevaron a muchos a buscar refugio en activos descentralizados. Bitcoin, con su política monetaria inalterable, se convirtió en un atractivo punto de llegada para esos capitales en fuga, consolidando la imagen del Bitcoin como una herramienta estratégica de resguardo de valor.
Este récord de cotización no es solo una cifra simbólica sino que representa un cambio profundo en la forma en que las economías del mundo están empezando a mirar el dinero, la inversión y la soberanía financiera. Bitcoin, con sus virtudes y controversias, parece estar dejando de ser un fenómeno marginal para convertirse en una pieza estable del nuevo orden económico digital.
Para los estudiantes de economía y para el público en general, este momento es ideal para reflexionar. ¿Estamos ante un nuevo patrón monetario global? ¿Qué lugar ocuparán los bancos centrales frente a monedas que escapan a su control? ¿Qué desafíos y oportunidades abre esta revolución financiera?
El futuro, como siempre, está en disputa. Pero algo es seguro: Bitcoin ya no es solo una promesa. Es, cada vez más, un actor protagónico del presente.
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