Por Victor Corcoba Herrero
Por Patricia Cohen
NOTA II
EL DINERO FLUYÓ Y LOS PAÍSES
POBRES PAGARON EL PRECIO
En los países en desarrollo, los resultados pueden ser nefastos. Los estragos económicos que provocó la pandemia combinados con los precios elevados de los alimentos y el combustible causados por la guerra en Ucrania han creado una avalancha de crisis de deuda. Las tasas de interés cada vez más altas agravaron esas crisis. Las deudas, como los energéticos y los alimentos, suelen cotizarse en dólares en el mercado internacional, así que cuando las tasas estadounidenses suben, los pagos de deuda se encarecen.
Sin embargo, el ciclo de préstamos y rescates tiene raíces aún más profundas. Los países más pobres se vieron presionados para levantar todas las restricciones a la salida y entrada de capital del país. El argumento era que el dinero, al igual que los bienes, debía circular con libertad entre las naciones. El hecho de permitir que gobiernos, empresas e individuos pidieran préstamos a acreedores extranjeros financiaría el desarrollo industrial y la infraestructura esencial.
“Se suponía que la globalización financiera daría paso a una era de crecimiento robusto y estabilidad presupuestaria en los países en vías de desarrollo”, dijo Jayati Ghosh, economista de la Universidad de Massachusetts Amherst. Pero, agregó: “Al final, propició lo contrario”.
Algunos préstamos -ya fueran de prestamistas privados o de instituciones como el Banco Mundial- no produjeron suficientes beneficios para pagar la deuda. Otros se destinaron a planes especulativos, propuestas a medias, proyectos de vanidad o cuentas bancarias de funcionarios corruptos. Y los deudores quedaron a merced de unos tipos de interés crecientes que aumentaron la cuantía de los pagos de la deuda en un abrir y cerrar de ojos.
A lo largo de los años, los préstamos imprudentes, las burbujas de activos, las fluctuaciones monetarias y la mala gestión oficial provocaron ciclos de auge y caída en Asia, Rusia, América Latina y otros lugares. En Sri Lanka, los extravagantes proyectos emprendidos por el gobierno, desde puertos a estadios de críquet, contribuyeron a llevar al país a la bancarrota el año pasado, mientras los ciudadanos rebuscaban comida y el banco central, en un acuerdo de trueque, pagaba el petróleo iraní con hojas de té.
Es un “esquema Ponzi”, dijo Ghosh.
Los prestamistas privados, asustados ante la posibilidad de que no se les devolviera el dinero, cortaron bruscamente el flujo de dinero, lo que dejó a los países a su suerte.
Y la austeridad que acompañó a los rescates del FMI, que obligó a los gobiernos sobrecargados a recortar el gasto, a menudo trajo miseria generalizada al recortar la asistencia pública, las pensiones, la educación y la atención a la salud.
Incluso los economistas del FMI reconocieron en 2016 que, en lugar de generar crecimiento, esas políticas “aumentaron la desigualdad, lo que a su vez puso en peligro una expansión duradera”.
El desencanto con el estilo de préstamos de Occidente le dio a China la oportunidad de convertirse en un acreedor agresivo en países como Argentina, Mongolia, Egipto y Surinam.
LA AUTOSUFICIENCIA SUSTITUYE
A LAS IMPORTACIONES BARATAS
Si bien el colapso de la Unión Soviética le abrió la puerta al dominio de la ortodoxia del libre mercado, ahora la invasión de Ucrania por parte de la Federación Rusa la desató por completo.
La historia de la economía internacional hoy en día, comentó Henry Farrell, profesor de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, trata de “cómo la geopolítica está engullendo a la hiperglobalización”.
La política de las grandes potencias al viejo estilo logró lo que la amenaza del colapso climático catastrófico, la gestación del malestar social y la desigualdad creciente no pudieron: trastocó los supuestos sobre el orden económico mundial.
Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para asuntos exteriores y política de seguridad, lo expresó sin rodeos en un discurso 10 meses después de la invasión a Ucrania: “Hemos desvinculado las fuentes de nuestra prosperidad de las fuentes de nuestra seguridad”. Europa obtenía energía barata de Rusia y productos manufacturados baratos de China. “Este es un mundo en el que eso ya no es posible”, sentenció.
Los cuellos de botella en la cadena de suministro derivados de la pandemia y la recuperación que vino después ya habían destacado la fragilidad de una economía basada en un suministro global. Conforme se exacerbaron las tensiones políticas a causa de la guerra, los formuladores de políticas se apresuraron a añadir la autosuficiencia y la fortaleza a los objetivos de crecimiento y eficiencia.
“Nuestras cadenas de suministro no son seguras y no son resistentes”, dijo la primavera pasada la secretaria del Tesoro, Janet Yellen. Las relaciones comerciales deben construirse en torno a “socios de confianza”, afirmó, aunque ello signifique “un nivel de costos algo mayor, un sistema algo menos eficiente”.
“Era ingenuo pensar que los mercados solo tienen que ver con la eficiencia y que no tienen que ver también con el poder”, dijo Abraham Newman, coautor con Farrell de Underground Empire: How America Weaponized the World Economy.
Las redes económicas, por su propia naturaleza, crean desequilibrios de poder y puntos de presión porque los países tienen distintas capacidades, recursos y vulnerabilidades.
Rusia, que había suministrado el 40 por ciento del gas natural de la Unión Europea, intentó usar esa dependencia para presionar al bloque a retirar su apoyo a Ucrania.
Estados Unidos y sus aliados utilizaron su dominio del sistema financiero mundial para retirar a los principales bancos rusos del sistema internacional de pagos.
China ha tomado represalias contra sus socios comerciales restringiendo el acceso a su enorme mercado. La extrema concentración de proveedores críticos y redes de tecnología de la información ha generado puntos de estrangulamiento adicionales.
China fabrica el 80 por ciento de los paneles solares del mundo. Taiwán produce el 92 por ciento de los pequeños semiconductores avanzados. Gran parte del comercio y las transacciones mundiales se realizan en dólares estadounidenses.
La nueva realidad se refleja en las políticas públicas estadounidenses. Estados Unidos —el artífice central del orden económico liberalizado y la OMC— se ha alejado de los acuerdos de libre comercio más integrales y, en repetidas ocasiones, se ha negado a respetar las decisiones de la OMC.
La preocupación por la seguridad ha llevado al gobierno de Biden a bloquear la inversión china en empresas estadounidenses y a limitar el acceso de China a los datos privados de los ciudadanos y a las nuevas tecnologías.
Y ha adoptado una política industrial al estilo chino, al ofrecer subvenciones gigantescas para vehículos eléctricos, baterías, parques eólicos, plantas solares y otros, con el fin de asegurar las cadenas de suministro y acelerar la transición a las energías renovables.
“Ignorar las dependencias económicas que se han ido acumulando durante décadas de liberalización se ha convertido en algo realmente peligroso”, afirmó Sullivan, asesor de seguridad nacional de Estados Unidos. La adhesión a una “eficiencia de mercado excesivamente simplificada”, añadió, resultó ser un error.
Aunque se ha abandonado parte de la ortodoxia económica del pasado, no está claro qué la reemplazará. La improvisación está a la orden del día. Quizá lo único que podemos asumir con cierto grado de certeza ahora es que el camino a la prosperidad y a los compromisos políticos será más turbio que antes. (Fuente The New York Times)
(*) Patricia Cohen es la corresponsal de economía global del The New York Times con sede en Londres. Desde que se integró al Times en 1997 ha escrito también sobre teatro, libros e ideas.
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