Notas de Opinión

Necesitarán ayuda 136 millones de personas

Es tiempo de remontar obstáculos, de poner sabiduría en todas las

acciones, de actuar conjuntamente por todos y para todos. No podemos continuar

haciéndonos más daño. Ya está bien de tantas violencias que no conducen a

ninguna parte, de tantas desigualdades sembradas y no corregidas, de tanta

precariedad en el empleo, de tanto comercio absurdo en definitiva. Ojalá

fuéramos la era del conocimiento para aprender a reprendernos a nosotros

mismos, a ser más honestos y coherentes entre lo que decimos y realmente

hacemos. Así, el cambio climático avanza porque no hay voluntad política para

rectificar. Los procesos de paz no llegan porque faltan manos tendidas para

crear condiciones de entendimiento. Por otra parte, no se puede reanudar nada

armónico sino somos justos y responsables. La ley internacional humanitaria y

los derechos humanos están para cumplirse. Pongamos espíritu transparente en la

concordia, y retornemos al abrazo comprensivo de la verdad. Reactivemos los

pactos con programas auténticos, que son los que únicamente, pueden cerrar

heridas. Luego, pasemos página sin levantar muros. Detengamos las amenazas.

Hagamos justicia, que no está tanto en la palabrería, como en la renovación del

corazón. Quizás será bueno que nos escuchemos más y dejemos hablar el alma más

noble que llevamos consigo. Marchemos de esta atmósfera de apariencias.

Ciertamente, la

realidad se ve mejor desde el interior de la persona, máxime en un momento de

tantas falsedades, en el que andamos desbordados por el aluvión de

contrariedades, de ahí la necesidad de detenernos en estos tiempos azarosos

para buscar puntos de encuentro. De este modo, podremos abandonar este clima de

violencias que nos asolan. No me cansaré de repetir en todas mis columnas

periodísticas, que el fruto de la paz llega cuando evidentemente colaboramos en

la rectitud, de manera conciliadora, pues no olvidemos que tenemos una

dimensión esencialmente social. Nada somos por sí mismos. A propósito, los

líderes de todos los campos (económico, político, judicial, religioso,

cultural…) tienen un compromiso específico, el de colaborar y cooperar en favor

de la dignidad de todo ser humano, activando todo tipo de diálogo por ínfimo

que nos parezca, mediante la clemente pedagogía de la reinserción. Ha de

movernos, por tanto, a que ese bien que todos deseamos,  junto al de la sociedad,  vaya a la par. Por eso, es fundamental

impulsar una verdadera revolución solidaria y global. Nadie puede quedar en las

orillas, entre chantajes, coacciones, encerronas, y otras miserias humanas. El

camino para construir un mundo habitable, una Comunidad mundial fraternizada, nos

exige una confianza recíproca, que ha de apoyarse principalmente en los

ciudadanos más frágiles, a fin de que no se queden marginados y puedan

desarrollar plenamente sus propias actitudes y potencialidades.

 

             

La debilidad humana

es grande, en parte por la forma superficial de considerar la vida. Da constancia

de ello, nuestra propia historia. Aunque también es cierto que tras esta fuente

de inquietud por el futuro de la especie, hay también un gigantesco empuje

dentro de la misma familia humana que nos injerta coraje y esperanza. Frente a

tantos sembradores de envidias, celos y ansias de poder, hay un sector

importante de la humanidad sumamente implicado en iniciativas de acción en el

compromiso colectivo, incluso mediante la diplomacia bilateral entre naciones,

fortaleciendo alianzas con pueblos e instituciones. Se me ocurre pensar en la

incondicional labor del Servicio de las Naciones Unidas de Actividades

Relativas a las Minas (UNMAS), centrado en las necesidades de las personas

afectadas, ante los peligros causados por los artefactos explosivos a los que

se exponen los civiles, el personal de mantenimiento de la paz y los mismos trabajadores

humanitarios.

 


De igual modo, también las estructuras económicas han

de ajustarse a la decencia del ser humano. En este sentido, nos consta que con

la ocasión de las Reuniones de Primavera del Fondo Monetario Internacional

(FMI), se pondrá empeño en una perspectiva económica mundial más ética, más

contundente con la erradicación de la pobreza, el desarrollo económico y la

eficacia de la ayuda. Algo esencial de acuerdo con las exigencias del bien

común, al que con frecuencia solemos acudir, más bien con palabras que con

hechos. En cualquier caso, las estadísticas son fiel reflejo de unos datos que

nos dejan sin aliento. Según las Naciones Unidas, en 2018 necesitarán ayuda

humanitaria 136 millones de personas. Indudablemente, entre las crisis más

profundas, se incluyen las provocadas por los conflictos de: Siria, Yemen,

Sudán del Sur y la República Democrática del Congo. Sea como fuere, en un mundo

donde casi veinte personas se ven obligadas a desplazarse cada minuto a causa

de conflictos, amenazas o persecuciones, el trabajo generoso y solidario es más

primordial que nunca. No fracasemos en el auxilio, pero tampoco en conciliar la

justicia y la libertad, y aún menos, en perdernos el respeto mutuo. Al fin y al

cabo, nuestra mejor herencia cultural será la de aprender a convivir con ese

gran instrumento que es la consideración y el razonamiento. Pongámonos en

servicio.

Autor: Victor Corcoba Herrero

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