Por REDACCIÓN
Cada vez que canal Volver programaba las ediciones de Argentinísima y El canto cuenta su historia, le escribía para avisarle, o después de verla por enésima vez le hacía algún comentario. Que siempre era bien recibido y respondía con absoluta sencillez. Es tan grato volver a verlos en primer plano con el estilo personal de cada uno de ellos en Vallecito, Volveré siempre a San Juan o Angélica...
Como Jinetes bíblicos o Mosqueteros, los conocí en cuarteto desfilando por el pasillo de la sala del Teatro Auditorium de Mar del Plata cuando ingresaban iniciando su recital cantando Balderrama. Porque era integrante de Los Cantores de Quilla Huasi, y a mis 15 años él tenía unos 40 cumplidos.
Por décadas casi no lo vi hasta que por trámites en Sadaic alguna vez me recibió y desde ese momento me hizo sentir bienvenido. No había visita a la entidad que representaba como autor y compositor en su directorio que no pasara a saludarlo por su oficina, y eso deparaba una charla sin reloj, de todos los temas que pudieran surgir en el momento, sumado a darle lugar a las necesidades que le llevaba como gestor cultural para la difusión de la obra registrada del maestro pianista rafaelino Remo Pignoni a quien admiraba aunque no había llegado a conocer personalmente según comentaba siempre. Todo se iniciaba con un: “¿Cómo estás vos?”.
Las entrevistas que pudimos concretar en su lugar de trabajo, con la amabilidad que cada vez demostraba, con impronta provinciana, con su decir esdrújulo, con dirigirse a mi persona con un “Chango” cada vez... de la misma manera que se presentaba con tanta gentileza en cada llamada sorpresiva para explicar, aclarar o informar acerca de algún tema que nos venía ocupando la sesera.
Escucharlo narrar momentos de su vida artística así como las de sus días plenos en otros ámbitos, daba gusto porque tenían el gesto humano y sincero de haber sido el protagonista. Recuerdo con agrado haberlo saludado en un espacio de su entidad y ver la empatía con los empleados a la vez que pude comprobarlo también conversando con tantos de ellos otros sobre el carácter afable y respetuoso de este maestro con todas las letras. Su obra trasciende fronteras, trasciende escenarios, trasciende todos los límites porque se trata de temas que se incluyen en la lista de “una que sepamos todos”. Y son varias las que compuso y que sabemos todos.
Compartir sus respuestas a las que alguna vez le antecedieron nuestras preguntas sobre algunas de sus inspiradas canciones tiene sentido recordarlas hoy...
Patios de la casa vieja: “Para empezar, eligiendo el cuaderno sobre el que anotaré estas palabras he optado por el “patio de ladrillos”, el que estaba más cerca de la entrada de la casa y donde el verdor era el color sobresaliente, el significante. El verde nos hablaba y el azul nos cantaba y la noche que mezclaba sus tonos, conseguía su síntesis en el cobijo de las estrellas y los aromas. Ahí empezó todo. Y ahora siento que ahí sigue todo, nunca quise salir de esa influencia prodigiosa que llenaba los silencios de interrogantes, para imaginar e impulsar los sueños. Cuando supe que perdía la casa y aquellos patios, escribí para guardarlos, las coplas de Patios de la casa vieja. Después la música y fue la zamba. No sabía entonces, que estaba resguardando recuerdos de muchas personas, iguales a los míos, y entendí el por qué del arrimo emocionado de tantos que no conocía, pero que los percibían como suyos. Tenían como la certeza de que yo les hablaba de su casa, de su infancia y de su vida. Es como un milagro que no deja de sorprenderme aún. Lo que sí aprendí es que uno no puede proponérselo, es un providencial hecho involuntario, ¡pero hermoso!…”.
Coplas del valle: “Creo que de aquellas Coplas del valle, que escribí en 1969, para estrenarla en una Fiesta del Poncho, en Catamarca, emerge, entre el fuego y la pasión de las vidalas, el germen de todas mis canciones. Yo podría decir: ¡Y primero fue la copla!… De ellas, estiraditas algunas, arrugaditas otras; tristonas unas y querendonas las demás, otras reflexivas y picarescas, así conjuradas nacieron mis canciones. El ejercicio de coplear es prodigioso. Cuando se 'concertaban' las coplas para dedicar a quien recibe la serenata, ya sea nochera en cualquier época del año, o carnavalera para la chaya, era necesario estrujar las 'entendederas' para que salieran dignas y merezcan el buen recibimiento”.
Fue testigo de que un transeúnte pasara a su lado silbando Coplas del valle y también se la escuchó cantar a un desconocido en un sanitario. Y ninguno de ellos supo nunca que el autor estaba ahicito.
Quedan las calles de Chuquis, su pueblo de la infancia con el nombre de sus canciones, tan oportunamente documentadas con su relato en el video Un pueblo hecho canción, lugar que él mismo inmortalizó en versos y una melodía.
Como alguna vez escribimos sobre Ramón Navarro, el de Chayita del vidalero, el de Chaya de los pobres con Roberto Palmer, el de la Cantata riojana con Héctor David Gatica, el de la voz de Los caudillos, sigue significando un valioso e inspirado autor y compositor que con su obra jerarquiza el cancionero popular argentino. Genuino, auténtico, veraz, digno, con la entereza de quienes estuvieron para entregar su testimonio haciendo coplas y entonando la canción regional del gran pago chico. Defendió a su querida tierra de La Rioja. Y tuvo un pasado rico en pertenencia, valioso en trabajo cultural que día a día fue forjando con su pasión. Con calidez provinciana. Ilustre cobijador de años.
Por nuestra parte, el mejor homenaje es recordándolo desde lo cotidiano, como seguir cantando Coplas del valle en cada serenata que demos como venimos haciendo desde nuestra adolescencia.
Raúl Vigini
14-06-25