Por Roberto Actis
Como muy pocas veces antes, se aprecian tan nítidos contrastes entre las diferentes descripciones que se hacen del país, una por parte del gobierno -tarea casi siempre a cargo de la presidenta Cristina Fernández-, la otra de los sectores de oposición, aunque la realidad, por más matices que se le pretendan adicionar, sigue siendo única y por lo tanto inconmovible. Tal vez, como para ir buscando alguna cercanía a la coincidencia, lo aconsejable sería alejarse de los extremos, pues suele ser que ni todo está tan bien, ni tampoco al borde del descalabro. Pero, ¿cómo se puede fomentar consenso y unidad si no existe diálogo? Se trata de una acción indispensable, y además fundamental, para poder superar la situación que nos está envolviendo, donde la profundización de las diferencias parece ser la consigna irrenunciable.
En un mundo convulsionado, que no consigue salir de su asfixia, la Argentina no está mal. Es cierto que en anteriores escenarios parecidos, aquí vivíamos un caos. ¿Hace falta recordar cada una de las crisis? Con algunas basta y sobra. Pasaba algo en México y ¡zas! aquí teníamos el efecto tequila, en Rusia se mandaban una pifia de aquellas y también nos dejaban tambaleando. Eso no sucede más, o quizás, para decirlo con mayor aproximación a la realidad, los efectos logran amortigüarse bastante. Aunque, antes no tuvimos una soja de 600 dólares la tonelada, eso también debe decirse. Como vemos, es algo mucho más que un yuyo. Más bien, un salvavidas que nos mantiene a flote.
Pero claro, también hay otros datos de la realidad que ya no pueden disimularse, con casi todos los índices productivos en retroceso. La industria automotriz y la construcción se desplomaron, al extremo que tras dos trimestres con crecimiento negativo, el ingreso en recesión -desde la visión técnica- es inevitable. Si añadimos los crecientes conflictos sociales y laborales, además de ajustes muy duros que indican con claridad la existencia de problemas, terminamos de describir un escenario realmente complicado. Negarlo, solamente conduce a la demora para encontrarle solución, lo que tácitamente es contribuir a su agravamiento.
Hay dos temas que la Presidenta, aún hablando casi todos los días, se cuida muy bien que la rocen siquiera, a pesar de la trascendencia que tienen: inseguridad e inflación. Son las dos mayores preocupaciones que tiene la gente hoy en día, muchísimo más que la vivienda, el empleo, la salud o la educación. Hasta hace muy poco, los espadachines de la Casa Rosada salían a responder los reclamos sobre seguridad, diciendo que era una sensación, o simplemente mostrando estadísticas de que todo estaba bien, que se iba mejorando. Hasta el inefable Aníbal Fernández admite que la inseguridad no es una sensación.
Está visto que con cambios de jefes y traslados no se arregla nada. Se debe recomponer a las fuerzas de seguridad en todo sentido, desde su moralidad hasta la remuneración, y establecer verdaderas políticas de Estado. Es lo que la gente, en todas las latitudes, está reclamando a gritos, casi con desesperación.
Con la inflación sucede otro tanto. Que a esta altura se siga insistiendo con los índices truchos del INDEC, es realmente una burla. Más teniendo en cuenta que es justamente desde esa matriz de donde surgen los problemas. Tal vez no debamos decir absolutamente todos, pues el diálogo, la concertación, y por supuesto las formas quedan al margen, pero sin ese flagelo que es la inflación se arreglarían muchísimas cosas, esas que hoy son motivo del constante vapuleo, como el deterioro del salario, el cerrojo al dólar, la normalización del comercio exterior, la adecuación de las tarifas sin recurrir a los tan temidos ajustes, la recomposición de las reservas. Y si a eso se le agrega una reformulación del siempre creciente gasto público, pues entonces podría volverse a la experiencia de los primeros años de esta misma administración kirchnerista, que está a la vista tiene ahora un rumbo absolutamente distinto.
Claro que para buscar tales objetivos es necesario dar algunos pasos en el sentido correcto, una posibilidad que por ahora no se advierte como probable. Las explicaciones de Abal Medina ante los diputados fue una demostración bastante contundente: de la muletilla todo está de maravilla, no admitiendo siquiera lo documentado, volviendo a negar la existencia del contrato con la ex Ciccone para la impresión de billetes, aún con los papeles firmados a la vista. ¿Así protegen a Boudou? Y además, responsabilizó de ciertos males -inflación, desempleo y narcotráfico, entre otros- al hegemónico Clarín. Más allá de la a veces exagerada oposición crítica del diario en cuestión, querer volcar en él culpas de gestión, resulta tragicómico.
Mientras tanto, como para no dar descanso, la gran interna entre Cristina y Scioli sigue al rojo vivo. Aunque la cuestión viene de lejos, el haber osado el gobernador bonaerense a hacer pública su aspiración presidencial para 2015, aún con la salvedad que siempre y cuando Cristina no busque ese mismo objetivo, le resultó fatal. Todos los cañones ahora le apuntan, además del gatillado por Mariotto.
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