Por Roberto F. Bertossi
Roberto F. Bertossi
Si el 12 de octubre de 1492 fue el fin del mundo conocido para los pueblos indígenas argentinos, hoy 2011 asistimos impávidamente a su impune aniquilamiento u ¿holocausto vernáculo?
El articulo 75 incisos 17, 22 y concordantes de nuestra Constitución Nacional, proclama como atribuciones y responsabilidades del Congreso de la Nación “Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la personería jurídica de sus Comunidades y la posesión y propiedad comunitaria de las tierras que tradicional y secularmente ocupan mansa y pacientemente; regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano; que ninguna de ellas será enajenable, transmisible y susceptible de gravámenes o embargos (?). Asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales (?) y a los demás intereses que los afectan. Las provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones”.
Argentina premió a Roca por “esta argentinidad “al palo o a los palos y a las balas (?)” por su matanza de indios argentinos.
Paradójica, contrafáctica e inhumanamente también, institucionalizó la construcción y conservación de una estatua a Roca en territorio mapuche algo tan ofensivo como querer que se mantenga un monumento a Stalin en Hungría, Polonia, Bulgaria o uno de Hitler en Israel, Francia, Bélgica, Holanda, o el de algún guerrero moro en España.
¿Acaso quedó alguna estatua romana en pie en alguno de los países o reinos sojuzgados por Roma?
Roca fue el primer aniquilador incumpliendo con su destino noble, cabal y humano de razonable conquistador-pacificador. En realidad Roca masacró vidas humanas para regalarle infinitas tierras fértiles a sus amigos ingleses, para devolver algún "favor" mediante mercedes de latifundios a los patricios por todos conocidos y padecidos.
En efecto, los dueños ingleses de las estancias patagónicas de excelentes pasturas no las compraron, tampoco las obtuvieron como consecuencia de una invasión o usurpación. Fueron regalo del gran amigo y "benefactor" Roca .
Pero claro, también están los Rocas nefastos del Noroeste y del Noreste, los del Centro, los de Cuyo y más, transfigurados en la secuencias de tiranuelos regionales y provinciales hasta la actualidad, "capataces viles y genuflexos" que ampliando fronteras agrícolas, inmobiliarias, turísticas y narcodemocracias, vienen privando a nuestros hermanos mayores (a los verdaderos y legítimos dueños primeros de toda la tierra argentina) de sus hijos, de su aire y de su agua pura, "de sus latidos", de sus bosques y de sus faunas, de nutrición, de salud, de educación, de trabajo, de vivienda, de cultura, de ilusiones, de progreso, y de todo.
Defender toda la dignidad de todos los pueblos indígenas argentinos era y es defenderse a sí mismo; es recuperar y mantener un bienestar del que hemos despojado impunemente a millones de conciudadanos, a nuestros hermanos mayores, los dueños de la tierra, los vilipendiados pueblos originarios de los cuales “muchos de sus poquísimos sobrevivientes” por estos días en Misiones, Salta, Jujuy, Formosa, Chaco y otros parajes, sufren en sus brazos sin consuelo ni razón, la muerte de sus propios niños por desnutrición; "demasiado pueblo" sometido, despojado y olvidado; indígenas argentinos fusilados con balas de hambre y de desprecio que ya por millones vienen siendo privados hasta del derecho humano a la nutrición en "el país del pan".
Sin dudas, debe pararse como sea este aniquilamiento indígena y, sin titubeos, todos los argentinos y aborígenes sobrevivientes debemos movilizarnos pacíficamente haciendo vida y reclamo una `carta mas dura´ que la dirigida por el Jefe indio Seattle, Gran Jefe de los Duwamish , al 14º presidente de los EE.UU, Franklin Pierce; debemos plantarnos ante el gobierno nacional, ante los gobiernos provinciales, municipales y comunidades rurales, de modo sostenido y duradero para defender, rescatar y reparar a todo argentino aborigen y sus familias de todo desalmado, de su condena anticipada, de sus daños temidos, de toda su enorme orfandad; orfandad y condenas absolutamente injustas, ajenas y extrañas para todos los pueblos indígenas argentinos, para todos y cada uno de sus desaparecidos, orfandad y desaparecidos cuyo clamor, en cada instante que vivimos, cobra una mayor sonoridad silenciosa.
Todo pero todo lo demás ¡puede y debe esperar!
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