Por Juan de Dios Romero
En lo que va del año, casi nueve meses, desaparecieron del circuito 15.000 millones de dólares. Directamente se esfumaron, aunque su destino no sea del todo desconocido, calculándose que la mitad emigró al exterior -el caso de grandes cantidades- en tanto la otra parte está en los colchones, tratándose en este caso de pequeños ahorristas que van acumulando de 500 a 3.000 dólares y que no encuentran, o no tienen, otra manera de resguardarse. Muchos se vuelcan al consumo, cambiar el auto, electrónica, electrodomésticos, y si hay algún sobrante se compran dólares. Otra inversión son los ladrillos, tal vez la más segura, pero reservada para pocos pues para eso se necesitan sumas importantes. ¿Qué otra manera hay de defenderse de la inflación y de paso ponerse a resguardo de las medidas que se comenta pueden venir después de las elecciones? La misma presidenta Cristina Fernández fue bastante clara: "profundizar el modelo y hacer las correcciones necesarias". ¿Cuáles serán estas últimas?
Es difícil pronosticarlo, pero existen dos cuestiones por corregir a la vista de todo el mundo: la inflación y los subsidios, estos últimos convertidos en una imparable bola de nieve. Ya una vez se trató de cortar con el gas en forma abrupta y se debió dar marcha atrás porque llegaron facturas con montos impagables. Es probable que se adopte una metodología progresiva, pero que será igualmente dolorosa en su aplicación. En cuanto a la inflación, entre otras muchas medidas, una podría ser desterrar esta dolarización a la cual nos hemos -¿o nos han?- acostumbrado, aunque lo mejor sería decir obligado, como mecanismo de defensa. Hubo hechos perversos como la captación de depósitos, el ahorro forzoso, corralitos, y algunas otras secuencias que aunque desde lo anecdótico, pintan de cuerpo entero la cuestión. ¿Quién puede haber olvidado aquello de quien apuesta al dólar pierde? de Lorenzo Sigaut, o bien "al que depositó dólares se le devolverán dólares" de Eduardo Duhalde. Y muchísimo más reciente, hace días nomás, de la presidenta Fernández aconsejando a la gente no comprar dólares cuando ella misma tiene buena parte de su enorme fortuna con depósitos bancarios en dólares.
Es cierto que la gente la vota, pero igualmente desconfía. Hace poco, Alejandro Borenstein -uno de los hijos de Tato- en una columna dominical de un diario metropolitano, donde mezcla realidad, humorismo e ironía, realizó una descripción genialmente planteada. Decía "si uno tiene un ministro de Economía que anda en moto, usa campera de cuero, toca la guitarra y canta rock, es canchero, pintón y solamente da buenas noticias, si usted tiene un sobrante de dólares, oro o algún otro valor, póngalo en un tarro y entiérrelo en el fondo del patio, al menos hasta que aclare".
También es verdad que con ministros con trajes negros de Armani y camisas blancas almidonadas no nos fue muy bien que digamos, pero más allá de desconfianzas y sospechas, se trata de una situación que no es ajena a nadie, y que justifica esta emigración al dólar. Una divisa que si bien es utilizada en el 65 por ciento del comercio mundial y en casi todos los bancos centrales para sus reservas, hoy no es sinónimo de garantía de nada. Es que el mismo Estados Unidos está en crisis y no puede salir de ella, ahora que apenas estaba sacando la cabeza a flote, se dice que puede volver a caer en recesión. ¿Este es el garante del dólar? Pero bueno, es lo que hay.
La gente común, que maneja pequeñas cifras, no tiene chances de resguardos como el oro, las acciones, los bonos, títulos, letras, o algún otro tipo de esas inversiones. Le queda el dólar como alternativa y ahí se refugia. Esta es la justificación de la mecánica, pero ¿por qué ocurre? Varias razones combinadas, prevaleciendo por sobre todo la falta de confianza. Es que cuando el bolsillo está en juego se activan siempre esta clase de defensas, y si se mira hacia atrás, bueno, todo queda más que justificado.
Parece raro el momento que vivimos. Antes las crisis afectaban sólo a los países emergentes, hoy es el revés, los ricos andan de tropiezo en tropiezo. Pero hay que tomar previsiones, pues la abundancia no suele ser eterna. Algunas señales muy claras existen: Brasil ya devaluó el real 20 por ciento el último mes, nuestra balanza comercial cayó 39 puntos y cuando se llegue a fin de año tendremos un déficit fiscal de casi 12.000 millones de pesos, primera vez que ocurre en los últimos 8 años. La inflación será de 24 puntos reales, los subsidios que en gran parte asisten a quienes puedan pagar insumirán 80.000 millones, el gasto público sigue subiendo, las reservas del Central están tocando fondo y el año que viene apenas si habrá unos 3.000 millones de dólares disponibles para afrontar vencimientos de deuda por 16.000 millones. Son apenas algunos datos, que permiten presumir que habrá correcciones.
En Venezuela por ejemplo, buscando parar la inflación, directamente se prohibió la comercialización del dólar. Ojalá se desvíe la mirada hacia Brasil, Uruguay o Chile.
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