Por Roberto Actis
Frente a la avalancha de problemas, tal cual el Martín Fierro, siempre es bueno tener un INDEC donde rascarse. Se vuelve de tal modo al repetido intento de recurrir al organismo oficial de estadísticas para tratar de maquillar lo que está a la vista de todo el mundo, a esta altura con una inutilidad absoluta, ya que ni siquiera los más entusiastas defensores del modelo, casi todos ellos muy bien pagos y asiduos practicantes del aplauso, pueden disimular en sus rostros la angustia que origina una situación cuyo desenlace, al menos hasta ahora, es impredecible.
Los planes y las ideas van y vienen, muchas veces chocando entre si, terminando por generar una incertidumbre que impacta en todos los ámbitos. Sube el dólar, baja el empleo, cae el poder adquisitivo, se derrumba la producción, caen las exportaciones, y por si algo faltaba cae el precio de la soja y permanecen latentes las posibles consecuencias por el conflicto con los fondos buitre. Todo en medio de una recesión que viene desde comienzos de este año, y que ahora, casi como una burla, se trata de desestimar con los índices del INDEC, para quien la economía experimentó una mejoría del 0,3% en el mes de junio. Contradiciendo por supuesto todos los indicadores del sector privado.
Pero en realidad, a la gente ¿le importa si técnicamente estamos en recesión o no? Poco y nada, tal vez a algún pseudo erudito que trata de arrimar argumentos para sostener una cantilena hoy hecha pedazos, pero en cambio a la mayoría de quienes deben enfrentar diariamente el presupuesto familiar con bolsillos cada vez más escasos de recursos, la cuestión es otra muy diferente. Es la realidad que no puede taparse con anuncios o con estadísticas dibujadas.
Una de estas mañanas recientes en que el narrador oficial Capitanich salió a argumentar situaciones insostenibles y descalificar todo lo que apunte hacia la necesidad de alguna corrección -que en verdad son muchas- salió con los botines de punta contra quienes compran dólares. No pudo evitar el recuerdo cuando lo hizo contra quienes tenían plazos fijo y los calificó de angurrientos, debiendo a las pocas horas poner una violenta marcha atrás -sin rubores-, al descubrirse que él mismo tenía un par de esos depósitos por cerca de dos millones de pesos. Volvamos al origen, a la divisa extranjera. ¿Se trata de gente mala que quiere hundir al país el que convierte sus pesos en dólares? ¿Qué otra forma existe para poder defenderse de la depreciación diaria del peso? Un mal que genera el propio gobierno con una vertiginosa emisión de moneda que inmediatamente se transforma en inflación.
Sin embargo, ni así le alcanza para sostener el gasto público, que es el mayor de la historia y lo único que sigue creciendo en la Argentina. Se pide esfuerzo, incluso se obliga a hacerlo con las medidas que se toman, pero el ajuste de cinturón del propio Estado todavía se sigue esperando, aunque sea alguna señal, algo como para apuntalar la esperanza. En cambio, nada de nada, hace un mes por decreto se agregaron otros 200 mil millones de pesos al gasto, de los cuales sólo 50 mil millones está previsto resolverlos con mayores ingresos, el resto con emisión pura.
Por la manera que se resuelve gran parte del gasto público, y está a la vista de todos, es como un padre de familia que se juega el sueldo a la quiniela y deja sin comida a los hijos. Se hace indispensable la reformulación de algunas de las políticas que se llevaron adelante estos años y que sin dudas han fracasado. Una espera de 16 meses es demasiado prolongada dentro del escenario en que nos encontramos inmersos.
Con este andar, la mayoría de los economistas desliza la posibilidad de una nueva devaluación antes de fin de año, que a esta altura no será sorpresa, aún refrescando aquellas palabras de la presidenta Cristina Fernández del 6 de mayo del año pasado cuando dijo: “Mientras yo sea Presidenta los que quieren ganar plata a costa de una devaluación que tenga que pagar el pueblo, van a tener que esperar a otro Gobierno”. No hubo que esperar demasiado, pues en enero vino el primer golpe fuerte devaluatorio, además del que se viene haciendo sistemáticamente por goteo a razón de centavitos diarios. Y ahora, frente a la posibilidad de otro manotazo al bolsillo de la gente, donde el sector que más lo sufre, es justamente el que debería ser incluido, según lo que se viene repitiendo desde el mismo comienzo del ciclo.
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