Por Vicente Ceballos
En general, ni
rusos ni chinos disfrutan aquí de simpatía. Los vemos desde la
posición en que nos colocó nuestra cultura, que defendemos en
oposición a los regímenes de opresión de unos y otros. Nos
definimos a favor de la libertad, de los derechos humanos, del libre
comercio. Repudiamos toda forma de esclavitud, defendemos el medio
ambiente, estamos en contra de los conflictos armados, en tantos
casos verdaderamente armados por el solo y exclusivo fin de la
obtención de réditos económicos y/o políticos.
Aceptamos a
EE.UU. y Europa, con todos los reparos que podemos oponer, como los
baluartes en la defensa de valores y principios de la cultura
occidental y las construcciones políticas, económicas y sociales
que nos son propias y distintivas y con las que nos identificamos. No
obstante aceptar que mucho de lo formulado en tal sentido viene
siendo erosionado o directamente desconocido o violado impunemente
por los mismos suscribientes de lo establecido como fundamental,
podemos y debemos preguntarnos si sólo aceptamos un supuesto
“paraguas” que protegería nuestra libertad a cambio de una
virtual sumisión a un orden que nos limita conforme precisas y
ajenas intenciones que, visto está, no nos toman en cuenta.
En realidad, de
qué libertad y responsabilidades compartidas en su defensa estamos
hablando si no intervenimos en la toma de decisiones unilateralmente
adoptadas que terminan condicionando legítimos derechos e intereses
propios. ¿Qué diferencias y razones median, en definitiva, respecto
de los sistemas autocráticos de China y Rusia y las zonas bajo su
influencia?
Entonces,
esencialmente considerada la cuestión, despojada de toda otra
orientación que no responda sino a la lógica y a los
encuadramientos liminares, ¿qué cosas justifican nuestros
alineamientos en un orden mundial plagado de conflictos diversos,
trágicas situaciones e inciertas perspectivas que no fomentamos? ¿A
quiénes sirven las puestas en escena que caracterizan la actualidad?
México es una
muestra más para Latinoamérica y el mundo de que los liderazgos
actúan según sus propias estrategias, a sus afanes exclusivos, para
lo cual no vacilan en utilizar recursos extremos sin importar efectos
y consecuencias. Esto debería preocuparnos, y mucho. Si los vecinos
inmediatos de EE.UU. y socios comerciales de cuantía, reciben el
trato humillante del presidente de la superpotencia, ¿qué es dable
esperar en más para el resto de la formación que integramos? ¿En
qué se funda realmente nuestra posición de dependencia tácita a
otra que sólo, como es sabido, se manifiesta en lo económico como
principal ingrediente de la ensalada en consumo?
Anualmente, un
panel de científicos y especialistas, que incluye a 15 premios
Nobel, informa acerca de cuánto queda para el fin del mundo, anuncio
representado simbólicamente en horas y minutos. Creado en 1947, el
grupo ha tratado desde entonces de concientizar sobre el riesgo del
armamento nuclear, preocupación a la que sumó, en 2007, el cambio
climático, como fundadas amenazas al futuro de la humanidad.
Hoy estaríamos a
sólo dos minutos y medio de la medianoche final. Según lo
manifestado por el grupo, la bomba termonuclear de nuestro tiempo no
es producto de la guerra fría, sino de un presente muy recargado.
Trump y el calentamiento global. Cosa que compromete tanto a Estados
Unidos como al mundo, incluidos los latinoamericanos en general.
Corresponde
destacar que en lo puntualizado no cuentan propósitos oportunistas a
que son afectos los nacionalismos de entrecasa que conocemos. No
existe otra intención que la de plantear interrogantes sobre nuestro
país, que además de una caldeada situación política y
comprometido estado de su economía, suma un complejo panorama
interno caracterizado, básicamente, por un nefasto divisionismo de
arrastre. Causante, entre otros graves efectos, del profundo
retroceso político que hoy nos somete, en el marco externo, al
incierto panorama del convulsionado presente planetario, carente de
rumbo y notoriamente debilitado.
Puestos en crisis
paralizante los principios y valores sobre los que afirmamos nuestra
existencia como Nación libre e independiente, quedamos sujetos
enteramente a los avatares de la realidad conformada a nivel global.
En pocas palabras, nuestra propia existencia, sostenida sobre
precarias estructuras de las economías de mercado, a cuya sombra
prosperan los tentáculos de la extendida corrupción enquistada.
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