Por Dr. Jorge Nihoul
Por Dr. Jorge C. Nihoul
Actualmente Europa se encuentra frente a una nueva invasión, aunque no ya al estilo de los llamados bárbaros (extranjeros) que dieron el toque final a la decadencia del Imperio Romano, ni parecido al intento de los árabes que solo consiguieron penetrar en España luego de la batalla de Guadalete en el año 711 y que luego fueran contenidos en el sur de Francia apenas cruzado los Pirineos. Tampoco es similar a la invasión de los vikingos por el norte, siglos IX-XI.
Ya no son huestes armadas que en declarada beligerancia responden a francas intenciones de dominación política. Se trata de algo más sutil, casi imperceptible, que actúa como la gota de agua que va cayendo sobre el cráneo hasta conseguir horadarlo. Todo así aceptado bajo el manto de irrefutables principios morales de convivencias. Ahora, son las migraciones.
Esos pequeños pero constantes flujos de hombres, mujeres y niños puestos en movimientos por el hambre. Son quienes en sus países de origen no encuentran qué hacer para ganarse el pan. Son quienes aparentemente invaden, aunque en realidad son los expulsados por el subdesarrollo. Pero el gran culpable no es la falta de desarrollo económico, sino la ausencia de una consciencia responsable.
Es necesario cambiar el eje de observación para comprender que "mientras el crecimiento demográfico preceda al desarrollo económico existirá la pobreza". No es el caso de mirar a uno de los polos hablando, solamente, de la injusta distribución de la riqueza, ni de hacer culpable al liberalismo económico, ni de aplicar medidas populistas, dado que los gobiernos populistas también terminan ellos cayendo en la propia trampa, terminan fracasando.
Pero estos últimos conceptos quedan más exactamente referidos a nuestro país, algo muy distinto de lo que viene ocurriendo en Europa. Allá no se circunscribe el problema a términos de valores socio-económicos sino fundamentalmente culturales. Sabido es que para lograr la armonía entre las partes se necesita la existencia de pautas coincidentes. Y en el sentido de adquirir y poseer un pueblo su propia identidad se hace necesaria la concurrencia de tres factores básicos: un idioma, una raza, una religión. Sin temor de caer en la xenofobia y en el racismo bien vendría imaginar cómo sería la convivencia en un país donde existieran todos los idiomas, todas las razas, todas las religiones. Aquí no cabe la biodiversidad de la selva que facilita y permite la sobrevivencia a costa de ser todos sus miembros eslabones de una cadena alimenticia.
LA PERDIDA DE
LOS VALORES
El problema que se les presenta a los europeos es de orden cultural, en el punto que involucra la pérdida de los valores que hacen a la identidad nacional de cada país. Después de siglos de luchas entre sí han logrado constituirse en la Unión Europea preservando cada uno de ellos su propia identidad. No obstante podemos observar ciertos reclamos de mayor autonomía dentro de la preservación de la unidad. Pero este es un asunto menor dentro de la gravedad de la invasión demográfica proveniente del sur. Se calcula, por ejemplo, que dentro de dos generaciones la mayoría de los habitantes de Francia serán musulmanes. Habría desaparecido entonces la identidad francesa: otro idioma, otra raza, otra religión; cristianos y judíos sufrirían las consecuencias.
Entonces es necesario preguntar ¿qué hacer?. ¿Combatir con armas para lograr su exterminio al estilo del pasado? No, porque ya nuestra grado de civilización no lo admite. Hay que recordar que Bush perdió las últimas elecciones legislativas durante su gobierno por haber ordenado la invasión a Irak. El pueblo norteamericano ya no avala a las guerras, las mujeres ya no despiden a los soldados agitando pañuelos ni ellos saludan sonriendo. Además Hitler, aclamado por el pueblo alemán, ya es historia, el Holocausto lo condenó.
¿El capitalismo debería asumir la responsabilidad de generar riqueza en esos países pobres? No, porque no sería suficiente, porque el problema básico del hambre no está en la economía, está en la sobrepoblación. Esto ya está dicho.
Ahora viene la pregunta final: ¿Quién promueve la sobrepoblación? Pues el sexo. O dicho con más precisión: esas contracciones clónicas de la plataforma pelviana. ¿Qué hacer contra esas contracciones clónicas llamadas orgasmos? ¿La castidad?, no, eso dejémoslo para los curas.
Hace falta una nueva cultura sexual, además de los anticonceptivos. Porque tampoco sería muy civilizado alentar la prostitución, la masturbación, el sexo oral. Algo más hace falta, algo que nadie ha dicho: "Nadie tiene derecho de tener un hijo si no cuenta con recursos económicos suficientes". El "creced y multiplicaos" fue para un tiempo cuando el planeta estaba despoblado. Hoy el problema de Europa y del resto del mundo es la sobrepoblación, la sobreabundancia de orgasmos irresponsables.
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