Por Redacción
Por Emiliano Rodríguez (*)
Para todos ellos, comenzaba hace 35 años la experiencia más
traumática de sus vidas probablemente, la Guerra de Malvinas, de
la que muchos se vieron forzados a participar por el gobierno de
facto argentino siendo apenas adolescentes.
Centenares murieron en combate y otros miles regresaron con
heridas físicas, emocionales y/o psicológicas que jamás
cicatrizarán: por cierto, se estima que fallecieron más veteranos
de guerra por suicidios o enfermedades después de la contienda
bélica contra el Reino Unido que durante el conflicto, que dejó
como saldo 649 bajas argentinas.
Un régimen militar, ilegítimo y criminal que desaparecía gente
acá en el continente y enviaba a la guerra en el sur a pibitos de
18, 19 o 20 años para que se enfrentaran con uno de los ejércitos
más profesionales y mejor equipados del planeta, ni más, ni menos:
el resultado de semejante insensatez es harto conocido; devastador
e irreparable.
Todos esos jóvenes, sin excepción, quedaron marcados de por
vida, afectados por aquellas jornadas de dramatismo extremo que
transcurrieron entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982,
cuando finalmente las tropas argentinas se rindieron ante el
invasor británico, que ha mantenido hasta la actualidad su
ocupación del remoto archipiélago del Atlántico Sur.
Desgarradores fueron también los días posteriores al regreso,
cuando el gobierno militar los dejó librados a su suerte e incluso
tras la llegada de la Democracia se vieron obligados a mendigar
por asistencia, hasta que lograron organizarse lentamente para
luchar en conjunto por sus derechos.
En este contexto, y cuando ya han transcurrido más de tres
décadas del comienzo de la guerra, parece absurda la grieta que ha
surgido en los últimos años entre los excombatientes, en especial,
entre quienes viajaron a las islas -de los cuales no todos
entraron en combate- y aquellos que cumplieron tareas de defensa y
logística en bases militares desplegadas a lo largo del litoral
marítimo patagónico.
En 1982, eran miles de jóvenes "colimbas" que cumplían las
mismas órdenes de guerra en el Teatro de Operaciones del Atlántico
Sur (TOAS) y está claro que no dependía de ninguno de ellos, ni de
su voluntad, ni de su coraje, arrojo o simple decisión, cruzar al
archipiélago o permanecer en el continente, del paralelo 42 hacia
el sur.
De los 649 combatientes fallecidos durante el conflicto, 17
perdieron la vida en las costas patagónicas y fueron reconocidos
formalmente como veteranos y condecorados como héroes de la Patria
por el Estado nacional, el mismo que permanece en deuda -sí, 35
años después- con el universo de excombatientes y sus reclamos aún
insatisfechos.
Ahora que está en boga hablar de "grietas" en la Argentina,
resultan a simple vista incomprensibles las diferencias que
incluso algunos grupos de veteranos plantean como viscerales con
respecto a quienes durante la guerra cumplieron órdenes de
permanecer en bases militares continentales desde donde se
atacaba a la flota británica.
Sin embargo, por más insólito que parezca, asociaciones de
excombatientes insisten en cabildear en dependencias estatales en
pos de evitar que los miles de "colimbas" desplegados en el
litoral marítimo patagónico en 1982 -se estima que ascendían a
unos 8.000- sean reconocidos formalmente como Veteranos de Guerra
y obtengan similares honores y beneficios que aquellos que solo
cumplieron otra orden, las de cruzar.
(*) Secretario general de Redacción de la agencia Noticias
Argentinas
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