Por Ricardo Gutiérrez Ballarín (*)
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JUAN PABLO II Y BIN LADEN, O LA PAZ Y LA GUERRA.
A principios de mayo, separadas por unas horas, se produjeron dos noticias de alcance mundial. De un lado la beatificación de Juan Pablo II, y de otro la muerte de Bin Laden a manos de un comando de elite norteamericano, en Abbottabad (Pakistán). Tras la operación, el presidente de EE.UU, Barack Obama, dejó claro que su país no estaba en guerra contra el Islam, pero sí contra el terrorismo. Siendo muy distintos, ambos tienen muchos seguidores.
Juan Pablo II un hombre de oración y pacífico, de esos que se califican de palomas, y del que para simbolizar su postura, existe una fotografía de una paloma volando sobre su cabeza en sus últimos años. Realizó 104 viajes y visitó 130 países con su doctrina. Y Bin Laden de los tachados de halcones, jefe político del islamismo mundial más radical, que representa la violencia y los atentados, y que en una entrevista en 1999 manifestó: “Ustedes aman la vida, nosotros la muerte”.
Mucho se ha escrito de sus vidas porque son dos iconos del siglo XX y principios del que estamos, pero yo aquí sólo quiero destacar el trabajo en pro de la paz de uno, o el carácter belicoso del otro. En un pequeño planeta, que sin la ayuda de genocidas que con su odio están propensos a exterminar a semejantes, sus fenómenos naturales, que vemos a través de los medios de comunicación, como los terremotos, maremotos o tsunamis, tifones, sequías, inundaciones, etc. producen miles de muertos y de desgracias sin la intervención humana.
Juan Pablo II, que dirigió la Iglesia católica desde 1978, Papa de la reconciliación, perdonó a Ali Agca que atentó contra su vida, rezó mucho para que el mundo se salvara de las guerras y del terrorismo, denunciando la convulsión por la “sangre derramada y los conflictos”; condenó el ataque a Irak, y participó en Asís por la paz, con los líderes de las confesiones religiosas, afirmando que la familia tenía una misión de importancia primordial para su consecución, y clamó por “¡nunca más la guerra!, porque destruye la vida de los inocentes, enseña a matar y trastorna igualmente la vida de los que matan, deja tras de sí una secuela de rencores y odios, y hace más difícil la justa solución de los mismos problemas que han provocado”.
Y de otro lado Bin Laden, cuya biografía está llena de atentados, la mayor parte de ellos en países islámicos, dirigiendo Al Qaida para extender la “yihad” por el mundo, con matanzas en las embajadas de EE.UU en Kenia y Tanzania; el atentado del 11-9-2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono, que lo convirtieron en el símbolo del terrorismo global; el ataque suicida contra el buque de guerra USS Cole; el atentado en una zona de bares y discotecas en Kuta Beach (Bali, Indonesia); las bombas contra el metro de Londres y un autobús; coches bomba en Argelia, secuestros, etc.
Hamás calificó su muerte como “asesinato” de “un guerrero santo árabe”; Abbottabad la pequeña ciudad paquistaní puede convertirse en lugar de peregrinación, su panadero, Mohamed Asif, se muestra "orgulloso, porque fue un héroe que desafió a Estados Unidos", y Al Qaida ha manifestado venganza para continuar su cadena de atentados, en un mundo que necesita más la paz que la guerra.
Y en estas dos conductas que podrían estar tan claras para la mayoría de los habitantes del orbe con demasiadas desgracias, para apoyar a uno que representa los valores de altruismo, amistad, bondad, caridad, comprensión, paz, solidaridad, etc., y condenar a otro por sus contravalores de odio, guerra, enemistad, intolerancia, etc., hay muchos que no cesan de atacar a la Iglesia cuando discrepan de sus mandamientos, mientras los belicosos protegen, esconden, justifican y lamentan la muerte de Bin Laden.
(*) Foro Independiente de Opinión (España).
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