Por Edith Michelotti (*)
No bajaron de un plato volador ni de ningún otro modelo exótico de nave extraterrestre. Nacieron acá, casi todos en Argentina, estremeciendo las manos de una partera, o de un médico, en un hospital o en un sanatorio, pero en suelo argentino. Su forma fue humana y su llanto fue tan cálido y puro como el de todos los niños normales. Son nuestros, son conciudadanos, hermanos del mismo suelo. Sin embargo algo sucedió para que un día salieran a demostrar su esencia maligna, dañina, avasallante. Y se lanzaron contra nosotros, la gente que quiere y necesita forjar en paz sus destinos, la gente que quiere ser libre, que quiere estudiar, trabajar, formar familia, amar. Comenzaron por robar, pero cuando la patología fue creciendo, robaron armados, quizás para exigir o defenderse, luego se armaron para matar, simplemente por matar. Y se llevaron la paz. Esa paz que sólo los inconscientes pueden creer que los asiste. ¿Qué sucedió? ¿Un virus maléfico les alteró el cerebro y se reprodujeron como cucarachas? Hasta hace unos pocos años, su número no alcanzaba para alterar la paz social. Pero cuando pulularon por todas partes, muchos argentinos intentando protegerse decidieron habitar pueblos cercanos a las grandes ciudades. Esos pueblos pequeños, sencillos, donde aún se tomaba mate en la vereda y la bicicleta se apoyaba en la puerta de calle naturalmente abierta. Entonces ampliaron su accionar. Y se lanzaron sin tapujos a los pueblos. Hoy están en todos ellos. En Andino, provincia de Santa Fe, por ejemplo. Sabedores de que el destacamento policial cuenta con un solo vehículo, y un pequeño grupo de policías, roban en el pueblo y en sus alrededores (Solares Santa Rosa, por ejemplo). Ya nadie confía en sus vecinos. Son invasores que nos han declarado la guerra y evidentemente que todos, gobierno y pueblo no sabemos cómo defendernos, porque las víctimas somos cada día más numerosas. Las lágrimas bañan los rostros de madres, padres, amigos, familia. La desazón invade. La paz se ha perdido. Si seguimos inertes, paralizados por la sorpresa, o mirando hacia otro lado, terminarán por ganarnos la batalla.
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