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Notas de Opinión Miércoles 29 de Mayo de 2013

Los evasores terrestres

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Edith Michelotti (*)

Por Edith Michelotti (*)

Se acomodaron como pudieron, eran muchos. Armaron carpas de tela similares a paredes de material. Tenían plata. Mucha plata. El torrentoso río fue el marco elegido. Sino ¿adónde irían sus desechos? Trajeron provisiones para varios días. Y palas y peones para cavar con los ojos vendados. Habían aprendido. El olor atrapante de la plata envolvía el ambiente. El aire diáfano resultaba insuficiente para apaciguar el aroma. Mucha plata. Kilos de plata. Los peones no reconocieron ese olor extraño y comenzaron a cavar tranquilos. La paga era buena. En una de las carpas el piso se desmoronó y se tragó como nada al trabajador vendado. Seguro había allí un pozo ciego. No importaba. Otro peón lo reemplazaría. Cada vecino sabía que en la gigantesca carpa lindera había plata. Mucha plata. No interesaba, su fosa, la más grande de todas, era su meta. Arengaban a los peones sin parar, con vino, con whisky o con látigos. Todo servía. Un extraño trueno se escuchó en la lejanía. Los evasores recargaron sus armas, atentos. Un sudor frío comenzó a recorrerles el esqueleto. El silencio les frenó la exudación. Continuaron la infame arenga. Las palas se movían al ritmo del agotamiento de los vendados. La tarea se prolongaba en horas. Una potente luz iluminó por segundos el firmamento. Los evasores estremecidos comenzaron a sangrar por la nariz. La calma les cortó la hemorragia. Los peones comenzaron a gemir. Cuánto más elevaban sus protestas, más látigos destruían sus agotadas espaldas. Los evasores se pusieron muy nerviosos, el griterío generalizado les colmó la paciencia. Como macabro acuerdo tácito ejemplar, cada uno en su carpa mató un vendado. Necesitaban el silencio. Debían cavar rápido y profundo. Tan profundo como la tierra permitiera. Otro trueno se dejó escuchar cercano. Los evasores comenzaron a vomitar líquido verde. Trastornados, viendo evaporar sus patrimonios, comenzaron a recogerlo con rapidez guardándolos en sus pantalones, camperas o en donde pudieran. Los peones se detuvieron azorados. El azote había cesado permitiendo cuchicheos ciegos, que interrumpieron las renovadas arengas. Por encima de las voces evasoras se oyó un grito agónico, prolongado, como si un monstruo verde se acercara a destruir el acopio desmedido. Los evasores lo vieron avanzar, su figura de enorme engendro del averno, largando fuego por los ollares y chispas por la cola, destruía decidido todo lo que fuera verde. Con un último dejo de lucidez los evasores comenzaron a quitar con desesperación el vómito verde de bolsillos y camperas. Antes de que el monstruo los alcanzara, cayeron exhaustos. La muerte sonrió, tomó sus manos, y los acompañó en la inevitable travesía.

Los vendados subieron muy despacio. Al encontrar a los evasores muertos, el miedo los unió. ¿Algún maleficio existiría? Concluyendo que todo se debía a esa enorme cantidad de bolsas que trajeron en las camionetas, las tiraron una a una al torrentoso río, el cual de manera muy extraña, transformó sus aguas en color verde. 

ediluobs@hotmail.com

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