Por Edith Michelotti (*)
Allá por 1978, prendidos al televisor, la radio, los diarios o la charla de café, el fútbol era lo nuestro. Lo de todos. Argentina iba bien, y eso era lo importante. Todos succionábamos las noticias, disfrutábamos los triunfos de nuestros héroes jugadores. ¿Lo demás? Lo demás importaba poco. Mirábamos sin ver los “Falcon” verde, desoíamos las ausencias inexplicables de los hijos de nuestros vecinos. Cerrábamos los oídos al sonido de las botas. Ignorábamos la ausencia de la democracia. ¿Para qué la queríamos si podíamos disfrutar la apertura de carreteras importantes que nos conducían a flamantes estadios mundialistas? Se decía solapadamente que jóvenes culposos yacían debajo de sus cimientos, o eran arrojados al mar por las noches por aviones que sobrevolaban el Río de la Plata.
¡Cuánta imaginación! ¡Qué ocurrentes y macabros! No sabían disfrutar de la magnificencia del fútbol mundial, del goce popular. Además ¿qué importaba? Si fuera cierto, seguro que algo habían hecho para merecer tal castigo. El que no se metía en nada “raro”, no le pasaba nada y gozaba los goles con efusiva emoción compartiendo alegrías hasta el desborde final. Estamos transitando el 2014, y otro mundial está en marcha. Ojalá nuestro pueblo pueda disfrutar a pleno el cosquilleo gozoso del triunfo. Ojalá el fútbol no encapuche la conciencia popular como lo hizo en 1978. Ojalá la historia no se repita. Y que mientras ruede y ruede la pelota, no descuidemos a nuestra Argentina, porque está en crisis. Una crisis diferente, pero no menos importante. Y nos necesita, lúcidos y atentos. Ojalá lo logremos. Por nosotros, por nuestros hijos y por un discreto perdón a los desaparecidos que oportunamente ignoramos.
Edith Michelotti ediluobs@hotmail.com
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