Por Laura Ludueña
Allá por 1930, en su famosa obra "El malestar de la Cultura", Sigmund Freud sostenía que la educación estaba concebida como si “se enviara a una expedición polar a gente vestida con ropa de verano y equipada con mapas de los lagos italianos”. Sin duda que aquellos eran tiempos difíciles, sin embargo, no hace falta preguntarnos si este principio de siglo no lo es también, con tantos cambios y tan pocas permanencias; con contrastes evidentes y transformaciones profundas en lo político, social, cultural, económico, en la vida familiar y cotidiana.
En este contexto, la Escuela, como siempre, sigue siendo el reflejo de esta nueva realidad. Inserta en una sociedad exigente y demandante, intenta educar en valores que faciliten a los adolescentes, el ingreso a un mundo tan exigente y competitivo como el de hoy. Pero ¿de qué valores puede hacerse cargo la Escuela?, se pregunta Telma Barreiro en el debate sobre “la Escuela en contextos turbulentos”.
En primera instancia habría que preguntarse si los valores pueden “enseñarse”. ¿Acaso no son abstracciones que transformamos en valiosas cuando las aplicamos a situaciones determinadas? La cultura adolescente de hoy vive diferente a los adultos el bombardeo permanente del poder de la imagen y de las redes sociales. Es la que más sufre, la sobresaturación, que no le da tiempo a asimilar y procesar lo que ve. Y así, refuerza la imagen y lo efímero en lugar de la palabra y lo permanente.
Es en este contexto, en que los padres ven disminuida su autoridad y su capacidad de contención. De esta forma, el adolescente se enfrenta a grados de libertad que lo llevan a situaciones complejas, que la Escuela debe entender y atender. Pero ¿es sólo la Escuela la responsable de su educación? ¿Puede un docente enseñar valores como respeto mutuo, justicia o solidaridad si quizás no son prioritarios en su propia escala de valores?
Los adultos que forman parte de la Escuela también están agobiados por el bombardeo de los medios audiovisuales y, a pesar de que tienen más capacidad para procesarlo que los adolescentes, se sienten muchas veces superados por situaciones para las que su propia experiencia no tiene respuesta.
Los valores se vivencian y transmiten con ejemplos. Si la Escuela debe priorizar alguno de ellos, coincidimos con la tesis de Telma Barreiro. La Escuela tiene que ser el espacio de mayor resistencia “contra la deshumanización, contra la alienación del hombre y contra el individualismo egoísta”.
La Escuela debe ser el ámbito donde los vínculos puedan repararse y reconstruirse, donde se practique y se aliente la justicia. Pero por el bien de los adolescentes, la reflexión sobre este tema debe llegar a otros espacios sociales.
La Escuela de hoy está haciendo “artesanalmente” un trabajo socialmente reparador, intentando guiar a los alumnos para que puedan contribuir a mejorar y cambiar en algo la sociedad que vivimos. Pero sola no puede.
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