Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
Notas de Opinión Miércoles 16 de Julio de 2014

Ruda, a dos décadas de silencio

Leer mas ...

Ricardo M. Fessia

Por Ricardo M. Fessia

I – Siguiendo a Rudolf von Ihering cuando decía que “en derecho la extrema simplicidad es la manifestación suprema del arte”, José María Ruda fue profundo en los análisis y claro en el esbozo de los conceptos.

Bien se lo puede poner de ejemplo de hombre estudioso, generoso en la entrega de sus conocimientos, leal a sus ideas, abierto a las opiniones de todos, de sonrisa perenne y con marcada vocación docente.

II - Nacido el 9 de agosto 1924 del seno de una noble familia correntina, tierra que supo dar varones a la Patria, también él se consagró al servicio de las grandes cosas.

Tal como era la costumbre, terminados los estudios se marcha a la gran ciudad para ingresar a la Facultad de derecho de la Universidad de Buenos Aires en donde fue un destacado estudiante, concitando el reconocimiento de profesores y condiscípulos.

La política estaba en sus venas y abrazó con pasión esta actividad con sentido de entrega. Fue Ministro de Gobierno, Justicia y Educación de la provincia de Salta en 1956. Regresó a Buenos Aires y se le encomienda encabezar el gabinete del Ministerio de Relaciones Exteriores en 1960, materia que era su especialidad. En el Cuerpo diplomático se destacó rápidamente y fruto del sacrificio y la capacidad, el presidente Arturo H. Illia lo designa al frente de la misión argentina ante las Naciones Unidas.

En ese destacado foro internacional todavía se recuerda la enjundiosa labor en asuntos que convocaron la atención de la comunidad internacional en momentos críticos de la historia del mundo. Supo defender con posiciones claras y sólidos fundamentos científicos, la cuestión Malvinas, reclamando siempre por los legítimos derechos Argentinos en un alegato memorable de altísimo nivel jurídico y político del 9 de septiembre de 1964 ante el Subcomité III del Comité especial para la concesión de independencia a los países coloniales.

Fue luego nombrado al frente de la Subsecretaría de Relaciones exteriores y al poco tiempo se lo convoca para cubrir uno de los sillones en el estrado de la Corte Internacional de Justicia, con sede en La Haya entre 1973 y 1991. El prestigio de sus antecedentes, la destacada labor y la enjundia conceptual lo llevaron prontamente a ocupar la presidencia del augusto tribunal desde 1988.

III - La docencia, casi una prioridad en su vida, lo llevó a incorporarse a las aulas universitarias desde muy joven y por varios años fue titular de “Derecho internacional público” en la Universidad de Buenos Aires. Era común encontrarlo por los pasillos rodeado de sus alumnos, prolongando de esta forma sus clases con análisis de la realidad a partir de su experiencia. Exponía con método riguroso, su palabra era clara, expresando con nitidez el pensamiento. La profundidad del concepto no era en él incompatible con su formulación sencilla y su manera diáfana. Su talento y su aptitud docente tornaban asequibles los más complejos problemas.

También fue un publicista y varios de sus escritos son bibliografía básica en temas de relaciones exteriores. Recuerdo ahora “Paz y justicia, base de una política exterior”, en “Hacia una Argentina posible”, Buenos Aires, Fundación Bolsa de Comercio, 1984, págs. 195-252; “Los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas”. Buenos Aires, Centro de Estudios Internacionales”, 1983.

Su condición de jurista al que concurría la sensibilidad de lo humano, la captación del sentido de lo concreto y la intuición de lo abstracto, la fineza en hallar los distintos matices y la capacidad de enunciar los principios últimos, lo llevaron a ser designado por sus colegas como miembro de la “Academia nacional de derecho y ciencias sociales de Buenos Aires”. En 1988 recibió el Konex de platino.

IV - Concluida su vida pública, no se retiró del trabajo. Por el contrario, siguió estudiando, evacuando consultas tanto a los amigos como a los entes oficiales y en particular a la Cancillería en cuestiones de interés nacional.

Precisamente ese espíritu inquieto lo llevó a España y estando circunstancialmente en Madrid, lo sorprende la muerte el 7 de julio de 1994.

V – A veinte años de su muerte lo evocamos por los valores que se requieren de los funcionarios; sabiduría y patriotismo, que supo plasmar en varios y cruciales actos de servicio a la nación. A ello se incorpora su hombría de bien, que lo erigen en modelo de perseverancia y fe en los valores esenciales del espíritu.

Seguí a Diario La Opinión de Rafaela en google newa

Los comentarios de este artículo se encuentran deshabilitados.

Te puede interesar

Teclas de acceso