Por Alberto Asseff
Conscientes o no, estamos ingresando en una nueva era. No sólo geopolítica, sino integral. Esta transición podría explicar la fenomenal crisis que, invasiva, llega hasta casi los últimos rincones del planeta.
Es primordialmente, una crisis moral y cultural. Crujen los paradigmas o, peor, se derrumban del modo más alarmante: no aparecen los sustitutos. Con la caída de los modelos se han derruído los liderazgos. Hace treinta o cuarenta años el mundo tenía formidables timoneles. Espejos donde reflejarse. Pauta y medida para las actitudes y comportamientos de millones de seres. Esos líderes, antes que nada, nos contenían.
Líder no es caudillo a la vieja usanza. Mucho menos demagogo. Líder es jefe, en el sentido más profundo y más indispensable del vocablo. Es guía y maestro. Hoy brillan por su ausencia. Se fueron casi sin avisar. El resultado son los indignados que pululan hasta en Wall Street - ¡impensable…! -, los gobiernos tambaleantes, las desmesuras de los artífices de burbujas financieras – la alquimia de crear riqueza ficticia -, las conmociones del euro y del dólar, de Europa entera y también de EE.UU. con su descomunal deuda, la engañosa “primavera” árabe plagada de incertezas, y, en general, el retroceso de una globalización que se empantana en restricciones, trabas, armamentismo, intransigencias y vehemencias enceguecidas como las que impide la coexistencia de Palestina e Israel, objetivo largamente reclamado y demorado insensatamente, generando inestabilidad global.
Sin liderazgos nos estamos metiendo en una nueva época histórica. Transitamos, pues, por desfiladeros harto peligrosos. Es que nos estamos internando en lo nuevo, siempre acariciado, pero igualmente azaroso e imprevisible. Y lo estamos haciendo sin baquianos, casi a tientas.
El orbe fue durante mil años o más eurocéntrico. Apenas se produjo una modificación cuando, al final de la Segunda Gran Guerra, ese eje se expandió hacia su este y su oeste, en un despliegue que reafirmaba la preponderancia occidental. Nunca deberá omitirse que, aun poseyendo tantas peculiaridades propias del oriente, Rusia es parte de Occidente. Más allá de que sea un inmenso puente con el otro lado del mundo.
En estos albores de siglo, esa hegemonía muestra ‘cansancio de material’. Hoy la pujanza se halla en la región Asia-Pacífico. No sólo por China e India, sino por múltiples actores, incluido el tradicional, aunque estancado, poderío japonés.
Vietnam - ¡cuánto aprendizaje se podría extraer de cómo transformar un desastre en un éxito!-, Malasia, Singapur, Indonesia, Corea y muchos más son puntales de ese despertar del Asia y del Pacífico. Sin olvidar a Australia. Faltaría la querida Filipinas y habría ‘cartón lleno’ en ese lejano Oriente.
En 1989 nació la Cooperación Económica Asia Pacífico –APEC. La integran nuestros vecinos Chile, Perú y México. Ya se dijo, pero vale repetirlo. Hace mil años y durante quinientos, el Mediterráneo fue el mundo. Desde la epopeya de Colón – y de España – ese escenario se trasladó al Atlántico. Hace dos décadas, cuanto menos, el gran teatro se fue montando en el Pacífico y su variopinta cuenca. En ella habita la mitad de la población y representa el 60% del ingreso mundial. Hace veinte años que viene creciendo – y desarrollándose – al 7% anual promedio.
Todavía hay limitaciones, pero los 21 países de la APEC apuestan en serio a desplegar el libre comercio, sabedores de que la prosperidad se subordina muchísimo más a la libertad que a la prohibición, no obstante que ésta pueda deparar una fugacidad de bienestar.
La India no es del Pacífico, pero aspira a entrar a la sociedad. Ya fue admitida como observador. Nosotros, que en Río Turbio estamos a 14 km del Pacífico – porque nos retiramos voluntariamente de Puerto Natales en 1893 – y que en Ushuaia nos ubicamos al oeste del meridiano del cabo de Hornos, lo cual equivale a decir que esa espléndida ciudad se encuentra en el Pacífico, ¿qué aguardamos para llamar a la puerta de la APEC, es decir del futuro?
El futuro ya está acá y en todos lados. Llega sin baquías, lo cual suscita aprensión ¿Podremos arquitecturar nuevos paradigmas encarnados en noveles, refrescantes, liderazgos?
Mientras estos sacudimientos acontecen afuera, en casa estamos con un voto sólido por el poder vigente coexistiendo con una fragilidad del andamiaje institucional. No lo logra disimular el extendido y rentado aparato político. El aparataje sin andamiaje es como un traje de alpaca en un cuerpo enfermo, patentemente escuálido.
Acá también estamos mutando de ciclo sin mentores ni adalides. Estamos en zona peligrosa. No es admitido ahondar la desorientación. Por eso estas reflexiones, buscando el buen camino.
(*) El autor es diputado nacional electo por la provincia de Buenos Aires y vicepresidente del partido UNIR
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