Por Roberto Actis
La situación que se vive en Egipto la venimos siguiendo a través de las informaciones, sean noticias o análisis de quienes se presentan como especialistas en cuestiones de la geopolítica internacional. Aquí mismo, en esta sección de opinión del Diario, durante la semana se publicaron muy interesantes notas de dos colaboradores entendidos en la cuestión: la profesora Stella Scarcella de Colla y el licenciado Juan Pablo Dalmazzo. Nos ayudaron para redondear una visión sobre este gravísimo conflicto, en un país que durante los últimos 30 años tuvo a su pueblo absolutamente dominado, y la mayoría del mismo en una pobreza total.
Alguna vez debía ocurrir la sublevación popular, pues la voz de la gente -o los gritos en ese caso, aunque luego superada por la acción- ya no soportaban más tanto sometimiento. El sojuzgamiento podría definirse con la habitual consigna de los dictadores, "prohibido pensar". Es que Hosni Mubarak es "un dictador democrático" pues está en el poder desde 1981 con elecciones resueltas antes de votar. Es decir, por más artilugios o disimulos que se busquen, dictador al fin.
Cómo habrá sido el abuso indiscriminado del poder, que en estas tres décadas amasó una fortuna de 40.000 millones de dólares, entre las más grandes del mundo, pisándole los talones a las de Bill Gates, Carlos Slim, los dueños de Walmart, o los magnates petroleros árabes. Y eso que Egipto no es un país que nade en la abundancia ni nada que se le parezca.
Mubarak, de 82 años, como en una monarquía, tenía pensado ubicar a su hijo Gamal en la presidencia -tal hubiese actuado un patrón de estancia-, pero ante las circunstancias conocidas dio marcha atrás con la posibilidad. E incluso, tal vez por estas horas haya abandonado Egipto, pues su situación era poco menos que insostenible.
¿Cómo pudo sostenerse tanto tiempo? Con el incondicional respaldo de Estados Unidos, pues Egipto es una especie de llave para controlar -si es que así puede definirse- el conflictivo y siempre explosivo Medio Oriente. Hoy, casi un búmeran, se convirtió en un problema para Barack Obama, que en política exterior anda de tropezón tras tropezón.
Puestos en tema, muy a trazos gruesos, llegamos entonces al Egipto que conocimos hace 10 años. Un clásico tour con el infaltable crucero por el Nilo, las visitas a los templos y pirámides, el Valle de los Reyes, la represa de Aswan y la recorrida por los museos en El Cairo. Nada del otro mundo, salvo que, a veces arriesgando un poco más de lo necesario, tanto como para conocer lo que no muestran los guías, vimos también el otro Egipto, el que no se muestra al turista. El de los mercados, los recovecos, algo así como el escondido debajo de la alfombra.
"Es una enorme villa miseria", nos lo había definido alguien. Descripción que pasa la línea de la prudencia decirla pues puede darse para diferentes interpretaciones. No hay menosprecio. Es un país de contrastes enormes, pues muy chico es el grupo de millonarios que se mueven en limusinas, que disfrutan de costosas fiestas en sitios como el hotel Movenpick -de una cadena alemana- en el cual nos alojamos en El Cairo, pudiendo ver el lujo en su máxima sofisticación, mientras en cambio muy grande -todo el resto de la población- el que debe sobrevivir con uno de los ingresos per cápita más bajos del planeta, quizás sólo superado por Haití o alguno de esos países africanos que están en permanentes guerras tribales, invariablemente bajo el mando de tiranos.
La pobreza es el distintivo de Egipto, un clásico ejemplo de aquellos países en los cuales un dictador se prolonga indefinidamente, con algunos complementos que son la esencia de las tiranías: hacer una enorme fortuna, corrupción en todos los niveles, control de la prensa, reducción de la oposición y absoluta sumisión de la población. Salvo los cercanos al círculo del poder, quienes son los que se enriquecen. Nada nuevo, mucho para pocos y poco para muchos.
El ingreso promedio de los egipcios es de unos 2 dólares diarios, 8 pesos de los nuestros, y con eso se debe ¿vivir? Su alimentación casi exclusiva es el pan. Hay que verlos en su desesperación por vender algo u obtener alguna propina de los turistas, que junto al canal de Suez, constituyen dos de los rubros que permiten el mayor ingreso de divisas. Hacen malabares. Un vendedor callejero, que los hay a montones, puede seguirlo a uno durante varias cuadras gritándole al oído por alguna pequeña estatuilla que ofrece, y si uno llega a tomarla con la mano para verla, ¡listo! no hay más posibilidad de retroceso, no queda otra alternativa que comprarla.
Estas son apenas unas pinceladas del hoy tambaleante y convulsionado Egipto de Mubarak, uno de los dictadores más temibles que hubo en la historia contemporánea, aunque como vemos, a todos les llega su hora de rendir cuentas. Claro, que tal vez él lo haga en su mansión de 6 pisos, cercana a la famosa tienda Harrods, uno de los lugares de mayor privilegio de Londres.
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