Por Roberto Actis
En algunas oportunidades anteriores, bien recientes, nos planteamos desde esta columna lo que podía depararnos este último año del ciclo kirchnerista. La confrontación entre el gobierno y la justicia, era uno de los temas centrales, el otro la marcha de la economía, conformando ambos, dentro de ese gran universo que es un acontecer diario desbordante de situaciones, previstas muchas de ellas e inesperadas otras, los que aparecían como dominantes. Todo, por supuesto, dentro de un marco electoral que impondrá un escenario de enorme diversidad.
Claro que este impensado y gravísimo episodio de la muerte del fiscal Alberto Nisman, echó por tierra con todos los cálculos y estimaciones. Es cierto que la gente deberá seguir viviendo atada a las urgencias y sacudones de sus bolsillos, que la inflación continuará lastimando, y que aún mucho más lo seguirá haciendo la creciente inseguridad, pero este hecho del que justamente hoy se cumple una semana, marca claramente un ante y un después. Es que aún cuando sólo transcurrieron poco más de un puñado de días, la realidad de lo vivido con todas sus circunstancias, posturas, derivaciones y detalles, tiene la semejanza de un tiempo mucho mayor, del cual lo que puede decirse, cualquiera sea el desenlace que se produzca -que siempre permanecerá bajo un manto de dudas y sospechas- es que será imposible de borrar de la memoria en estos meses por venir, marcando por cierto una etapa que puede estar signada por las complicaciones. Más todavía de las que se suponían.
La muerte del fiscal que estaba a punto de denunciar a la presidenta Cristina Fernández, al canciller Héctor Timerman, al diputado Cuervo Larroque y a los piqueteros Luis D´Elía y Fernando Esteche -increíblemente participantes estos dos últimos de una supuesta maniobra de nivel internacional con Irán-, no hizo más que ratificar algunas notables deficiencias en el comportamiento oficial frente a episodios de gran magnitud, donde se sucedieron dichos y desdichos que dejaron más que claro el escaso, o casi nulo poder de reacción.
Es verdad que fueron muchas las voces, pero casi todas ellas acompasadas al decir de la Presidenta, sosteniendo la hipótesis del suicidio en el comienzo y pasando a la del asesinato en menos de lo que canta un gallo, en medio de ciertas exposiciones que fueron lamentables en esa desesperación por encontrar responsables, o bien, como tantas otras veces, intentando culpar a la propia víctima, en un uso muy parecido a aquel del "algo habrá hecho" cuando se producían las desapariciones durante la dictadura. Incluso, desde la propia Cristina hacia abajo, hubo algunas expresiones que quedarán enmarcadas en la incoherencia, rozando el ridículo, además de traslucir la ineficiencia de los procedimientos. Entre los declarantes, la fiscal a cargo Viviana Fein, quien aún sin resultados periciales concretos se apresuró a instalar la teoría del suicidio, al punto de decir luego del examen de la mano de Nisman "lamentablemente no hay rastros de pólvora". Un lamentablemente que expuso claramente sus deseos.
El rosario para enhebrar perlas de este tipo sería interminable, como la intervención del secretario de Seguridad Sergio Berni, movilizándose por la escena del crimen como Pancho por su casa y formulando declaraciones que, se fue comprobando, constituyeron una sarta de falsedades, aparentemente con la finalidad de respaldar la presunción del suicidio. La custodia policial otro tanto, ausentándose durante más de una decena de horas del lugar. De la investigación ni hablemos, no tomaron declaraciones a los residentes en la torre, ni siquiera llegaron a enterarse que había tres puertas de acceso al departamento y que una de ellas estaba sin llave.
Un compendio del que no puede estar ausente la declaración del titular de la Cámara baja Julián Domínguez, mostrando tapas de Clarín y llegando a referir el nombre de Magnetto en la búsqueda de transferir responsabilidades. Cuesta creer lo que se llega a hacer en esta escala de la obediencia debida, aún admitiendo los excesos de la campaña del medio contra el gobierno, que arrancó allá por 2008 con el tema de la resolución 125 de las retenciones. Luego de una época de muy estrechas relaciones, que las hubo, entre el gobierno y Clarín.
Si después de estos simples hechos la mayoría de la gente -como lo dijeron las encuestas- no cree que este episodio llegue a esclarecerse, no hay que preocuparse demasiado. Es en definitiva una actitud coherente, al menos con el reinado de impunidad que se ha venido profundizando estos años, aunque haya sido algo que, debe admitirse, viene desde hace muchísimo tiempo. Impunidad y corrupción son dos paralelas, que prácticamente no pueden existir una sin la otra.
El drástico giro de la presidenta Fernández en su postura fue seguramente uno de los elementos más fuertes -después de la muerte de Nisman se entiende- que dejan los acontecimientos de esta semana, posiblemente la más difícil y complicada que tuvo el gobierno desde aquella madrugada del voto no positivo del entonces vicepresidente Julio Cobos. Muy parecido también a lo ocurrido cuando la designación de Jorge Bergoglio como Papa, resistido por la Presidenta y sus acólitos más cercanos, llegando incluso a esgrimir argumentos que lo ubicaban como complaciente con la dictadura. Aunque esa postura se extinguiera como la luz de una vela, pasando prestamente al otro extremo, el de la exaltación y reverenciamiento. Tal cual el desenlace de ambos episodios.
Por el bien de la República, confiemos en que todo logre retomar un curso de naturalidad y coherencia, por ahora ausente.
La victimización intentada por el gobierno, con la cantilena golpista y desestabilizadora, que ya produjo dos instancias absolutamente distintas sobre los hechos, habrá que ver qué nuevo rumbo toma ahora, tras conocerse algunas de las escuchas que tenía Nisman en su poder, las que de ninguna manera "derrumban" su denuncia, sino que la consolidan.
Esta historia recién empieza, irá para largo. Es que nadie puede aventurar qué revelarán nuevas escuchas telefónicas, y lo que es más grave ¿cómo defenderse de ellas?
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