Por Roberto Actis
En el ánimo de la gente los dos principales problemas que tiene por resolver la Argentina en este tiempo presente, son la inseguridad y la inflación, que aparecen en ese orden en todas las encuestas, sean hechas en Buenos Aires, La Quiaca o El Calafate, es decir, cubriendo toda la geografía. Y es cierto, son las que afectan más directamente, una al bolsillo, la otra a la falta de tranquilidad, condiciones indispensables para aspirar a una vida con sentido. Es que si la plata no alcanza, y además hay que vivir con temor cubriéndose de rejas, alarmas y puertas reforzadas, quedando sin resolver la aventura que es salir a la calle, tenemos conformado el peor de los escenarios.
Es entonces lo urgente, pues afecta a todo el mundo, y las soluciones se aguardan con impaciencia. Sabemos que las mismas no aparecen de la noche a la mañana, el asunto va más allá de los deseos y las intenciones. Al menos se debería comenzar por el reconocimiento de la existencia de estos problemas, la negativa aumenta la irritación, el descontento. ¿Cómo puede sostenerse un INDEC que habla de 10 puntos de inflación anuales, que se puede comer con 6 pesos por día o que una familia no es pobre si tiene ingresos de 1.500 pesos mensuales? Es una burla.
Con la inseguridad otro tanto. Las causas son muchas, las consecuencias también. La droga que genera una delincuencia sin barreras, donde la vida es un cero a la izquierda, no vale absolutamente nada. El deterioro social en el cual se ha venido cayendo, con asistencialismo por un lado y mostrando superficialidad y lujos por el otro, forman un contraste que induce al delito, sostenido también por un clima de impunidad que se derrama desde arriba hacia abajo. Que la policía, en gran medida y especialmente en los grandes centros urbanos forma parte de toda esta trama, lo saben todos. Sin embargo, la exclusiva recurrencia es el cambio de las cúpulas cuando ocurre algún episodio conmocionante. ¿Se ha conseguido alguna mejora con eso? Definitivamente es cambiar para que todo continúe absolutamente igual. Alguna vez alguien deberá tener alguna idea inteligente, funcional a las circunstancias decadentes que nos abruman desde todos los ámbitos.
La propuesta de soluciones no es sencilla, requiere de especialistas, pero conocedores de verdad, nada de amigos, improvisados, o quienes llegan a cargos sólo por lealtad o aceptar los órdenes sin chistar. Tanto para comenzar a corregir la inflación -¿cómo puede ser que ningún país de la región tenga inflación salvo Argentina y Venezuela?-, como para brindar seguridad a la gente. No indicamos qué, no está a nuestro alcance, pero ¡hagan algo!, surge casi como un ruego.
Pero claro, no son los únicos problemas, hay otros por detrás que son menos visibles pero que impactan muy fuerte, al punto de ser los generadores de la inflación y la inseguridad. La energía por ejemplo, que nos cuesta más de 10.000 millones de dólares al año importarla, pues la Argentina de ser país autoabastecido y exportador, en estos últimos diez años de políticas que erraron el camino y no fueron corregidas ni siquiera ahora con los nefastos resultados a la vista, ahora es importador dependiente. ¿Se imaginan con toda esa montaña de dinero sin tener que gastarla en comprar fluidos como gas y petróleo? Se podría destinar a crear trabajo en lugar de asistir con planes, a profesionalizar la policía y equiparla como corresponde. En fin, apenas dos aspectos básicos, esenciales, que ahora se diluyen por este despilfarro que se ha hecho últimamente con la energía.
El sistema de subsidios implementado desde el comienzo del ciclo kirchnerista, que tal vez en aquél momento fue necesario para recomponer la producción y ayudar a la gente -aunque se subsidió a todos, incluso a las mansiones de los millonarios-, debió interrumpirse, quizás progresivamente, pero nunca se supo como hacerlo. Hubo un intento en diciembre de 2011, pero por el creciente reclamo, se optó por dar marcha atrás. Los rígidos controles de precios fueron otro escollo, pues prácticamente se eliminó la inversión, y de tal modo no sólo fue cayendo la producción -en tanto que simultáneamente crecía la demanda por el creciente parque automotor-, sino también la exploración, impactando en la caída de las reservas de gas (50%) y petróleo (20%).
Hubo nafta y gas accesibles durante estos diez años, pero nos fuimos engullendo el capital y hoy estamos en crisis. Con lo que aporta la soja más o menos se logra sostener, aunque cada vez a mayores costos, como el cepo sobre el dólar y su impacto negativo en otras actividades como ciertas líneas de producción industrial y la construcción, con su secuela en el rubro inmobiliario.
Estos son algunos de los desafíos para viejos problemas que aguardan en el año del que apenas estamos transcurriendo su primera semana. Anoche pasaron los Reyes Magos, tal vez hayan dejado algún regalo en Olivos.
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