Por REDACCIÓN
Por Hugo Borgna
El cine originado en los Estados Unidos sorprende muchas veces en el modo que tiene de concretar su “productos”. Verdaderamente es así Independientemente de la intensidad del hecho artístico en que se apoye; muchas veces aplica fórmulas en el argumento con la cantidad de emociones que arroja para vestir a las historias, ecuaciones con armonía perfecta tratando de llegar a la emoción de la mayor cantidad posible de público.
Se nota en los títulos de las canciones base y los títulos de películas. Cuando la película va dirigida al público no local simplifica los contenidos aunque la traducción literal sólo sea parecida y a veces solo enunciativa.
“Nuestros años felices”, sensitiva película de 1973 con Barbra Streissand y Robert Redford contiene mucho de eso, atractivos de seguro efecto emocional y también merecida valoración propia. Él tiene un alto carisma, por su figura y exigencia actoral y de arte. Es creador del festival de cine independiente “Sundance”, conocedor como pocos de la tendencia a las fórmulas fijas para emocionar de muchos productos de Hollywood, apoyándose demasiado en lo superficial. Barbra Streissand configura una de las mejores voces del canto, aparte de ser consagrada actriz y directora de cine.
Con esos dos poderosos aportes de atracción comercial, el cine del Norte construyó una histórica y sensible historia y, al mismo tiempo, buscó que los títulos conecten en seguida con el público. Del título original en inglés (“The way we were ,traducido literalmente “El modo en que éramos”), se adoptó para el público de habla no inglesa el de atracción claramente directa para el público: “Nuestros años felices”.
Nosotros, público latino más emocional y más analítico (nos gusta llegar a la plenitud comprensiva) gozamos doblemente del juego de palabras; primero oyéndolo y después dejando que nos gane la poesía implícita. “El modo en que éramos” pasa por el raciocinio y admite la emoción instantánea de percibirlo todo con solo decir “Nuestros años felices”
Ahora, comprendido cabalmente, hay que hacerle lugar a la historia. Cotidiana y al mismo tiempo con situaciones previsibles, la relación entre personalidades diferentes y de distinta inclusión social, no cae en lo melodrámatico para marcar el fin de la relación o, como ocurre en el argumento de “Nuestros años felices”, dejar un final abierto: allí se jugará el destino de dos personajes más parecidos que distintos, donde el hecho de recordación se convierte en protagonista.
Conceptualmente la letra de “El modo en que éramos” no llega a los extremos. Sobre el final de la película y con los subtítulos que acompañan al conocimiento más personal de la historia por la mujer de la pareja, se hace un reclamo a la luna (que siempre participa como elemento romántico) por haber permitido que la pareja se separara y por permitir ahora que gane la incertidumbre, aunque acompañado todo de un bello baño poético. (cómo permitiste, luna, que entonces él se fuera…ahora, completamente sola a la luz de la luna, puedo soñar como en los viejos tiempos. La vida era hermosa entonces, sabía lo que era felicidad…)
Sin dejar de pertenecer a ese espacio románticamente generoso pero con heridas que llegan a amarse, formula su deseo mayor. Tal vez el mismo que, aunque sin identificar, haya percibido desde el primer momento.(…deja que el recuerdo vuelva a vivir…)