Por Guillermo Briggiler
En Argentina tenemos una ventaja (o una desgracia): todo se puede explicar con fútbol. Y en estos días, la situación de la AFA ofrece un espejo perfecto para entender lo que pasa en la economía doméstica. Escándalos, decisiones poco transparentes, comunicados, “seca-nucas” y un clima donde parece que todo se resuelve entre pocos y lejos de la gente. ¿Les suena? Estamos seguros que también podría ser el resumen de los últimos 30 años de política económica. Porque cuando la pelota no rueda parejo, la economía tampoco.
En el fútbol argentino, lo que más indignó al hincha no fue un resultado adverso, sino la sensación de que las reglas ya no importan. Que los campeonatos se definen en escritorios. Que los comunicados de apoyo aparecen en cadena, todos iguales, todos obedientes. Que quien reclama —como el presidente de Estudiantes, Juan Sebastián Verón o algunos clubes— termina sancionado. Y que los que aplauden sin preguntar reciben “premios”.
El famoso “seca-nucas” —ese dirigente que corre a decir “yo banco lo que sea” como aquel (Luciano Nakis) que le secaba realmente la nuca a Tapia en julio del año pasado cuando la Selección jugó ante Canadá en el marco de la Copa América y que se viralizó con los más creativos comentarios— es el símbolo perfecto de una institución donde lo importante no es la justicia deportiva, sino estar del lado correcto del poder.
En la economía pasa lo mismo, pero sin camisetas, cuando las reglas cambian cada tres meses. Cuando el dólar tiene mil valores, cuando los impuestos suben y bajan sin aviso, cuando las decisiones se toman entre pocos, cuando el que cuestiona queda afuera y el que aplaude recibe un beneficio…la gente siente exactamente lo mismo que ve en la AFA: que el partido está digitado.
El productor, el comerciante, el que quiere invertir o el que quiere ahorrar sienten que no juegan en cancha neutral. Que hay sectores con ventaja, que hay privilegios, que la meritocracia vale menos que la rosca. Es, literalmente, el modelo “seca-nucas” aplicado a la economía, el que más se acerca al poder, más gana; el que compite por derecha, pierde.
Este es el gran problema de las instituciones débiles que generan efectos económicos y que este gobierno debería corregir. Detallaremos tres de ellos:
• Primero, desconfianza generalizada. En el fútbol, la gente deja de creer en los campeonatos.
En la economía, la gente deja de creer en el peso, en los precios, en el Estado, en la inversión.
• Segundo, fuga de talento y capital. Cuando las reglas no valen, el que puede se va.
- En el fútbol, jugadores, técnicos y dirigentes serios;
- En la economía, empresas, jóvenes y emprendedores formados en el país.
• Y por último, estancamiento. Si nadie sabe a qué atenerse, nadie arriesga. Y sin riesgo no hay crecimiento. Ni goles. Ni industria. Ni desarrollo.
¿Qué se necesita para corregir esto? Lo mismo que pide cualquier hincha. Al final, la economía y el fútbol necesitan exactamente lo mismo. En esa lista aparecen reglas claras, arbitraje neutral, castigos para el que hace trampa, meritocracia. El que juega mejor gana e instituciones que piensen en la gente, no en su rosca interna.
Si la AFA funcionara como debería, nadie hablaría de “seca-nucas”. Y si la economía argentina funcionara como debería, nadie hablaría de inflación eterna, dólar raro y crisis cada dos años.
El fútbol argentino es un mosaico emocional, pero también una metáfora perfecta de nuestro país: pasión pura por abajo, desorden institucional por arriba.
La economía no es distinta. Y hasta que no cambiemos el modelo —de favoritismos a reglas claras— seguiremos discutiendo si el campeón se define en la cancha o en el escritorio… y si el dólar vale por mercado o por dedo. Cuando dejemos atrás el modelo “seca-nucas”, la economía va a dejar de ser un partido indigno y va a volver a ser un juego competitivo donde cualquiera puede ganar si hace las cosas bien.
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