Cuando se habla del dólar y de las bandas cambiarias, casi toda la atención se la lleva el techo: cuánto puede subir, cuándo interviene el Banco Central, si hay riesgo de salto, etc. Sin embargo, hay una parte del esquema igual o más importante y mucho menos discutida que gira en torno al piso de la banda. Ahí está una de las claves del nuevo sistema cambiario.
El error común: creer que antes el piso bajaba.
En el esquema anterior, el piso del dólar no bajaba nunca en términos nominales. Todos los meses subía un poco, siguiendo una tasa fija establecida por el Banco Central.
El problema no era la dirección, sino la velocidad. Mientras el piso subía 1%, los precios subían bastante más. En los papeles el piso crecía, pero en la economía real se iba quedando atrás. Eso es atraso cambiario porque si bien el dólar no baja, se abarata.
Qué cambia con el nuevo sistema
El nuevo esquema anunciado el lunes pasado por el ministro de Economía, Toto Caputo, mantiene la lógica de bandas, pero cambia la regla de ajuste. El piso se va a actualizar a partir de enero según la inflación pasada. Si los precios suben más, el piso sube más; si la inflación desacelera, el ajuste también se modera.
No es un detalle técnico. Es una forma de evitar que el tipo de cambio mínimo quede desalineado de la economía real y que se acumulen tensiones que después obliguen a correcciones abruptas.
Cómo este esquema permite acumular reservas
Este punto es central y explica buena parte del cambio. Cuando el dólar queda atrasado, el Banco Central se ve obligado a vender reservas para sostener un precio que el mercado percibe como artificial. Importadores adelantan compras, exportadores retienen liquidaciones y los dólares empiezan a escasear.
Con un piso que acompaña a la inflación ocurre lo contrario. El dólar deja de estar barato, se reduce la demanda especulativa y aumenta la oferta genuina. En ese contexto, cuando el tipo de cambio se acerca al piso de la banda, el Banco Central puede comprar dólares sin generar ruido, pues en ese caso no defiende un valor forzado sino un precio que el mercado considera razonable.
Así, las reservas dejan de usarse como escudo defensivo y pasan a cumplir un rol más saludable, que es acumular en épocas de mayor oferta y cuidar en momentos de tensión.
La diferencia de fondo
En el sistema anterior, el piso subía pero de todos modos se atrasaba porque lo hacía a menor ritmo que la inflación. Eso obligaba al Banco Central a gastar reservas para sostener la calma. En el nuevo esquema, el piso sube acompañando a los precios y permite que las reservas se usen para fortalecer la posición externa, no para tapar desequilibrios.
En conclusión, vamos a tener un dólar arbitrado, donde nadie gana por el atraso o la devaluación, ya que se moverá con los precios.
El piso del dólar no es un detalle menor ni una variable técnica para especialistas. Es una señal clave para toda la economía. Si sube demasiado lento, genera atraso y presión. Si acompaña a la inflación, ordena expectativas y facilita la acumulación de reservas (los mercados recibieron bien esta medida).
En un país donde casi todas las crisis empezaron con un dólar barato y pocas reservas, que el piso deje de atrasarse no garantiza el éxito, pero sí evita repetir un error demasiado conocido. Y en la Argentina, eso ya es un paso importante.
Como en el ascenso de Atlético de Rafaela, no hubo magia ni atajos: hubo orden, disciplina y una idea clara de juego.
En la economía pasa lo mismo. Cuando el dólar deja de atrasarse, las reglas se vuelven previsibles y las reservas empiezan a aparecer. No es épica, es método. Y tanto en el fútbol como en las cuentas externas, queda demostrado que cuando el orden paga, el ascenso llega.
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