Por Guillermo Briggiler
En tiempos de inflación y mercados volátiles, seguidos por una estabilidad a la que todavía nos cuesta acostumbrarnos, muchos rafaelinos nos preguntamos por qué algunos productos parecen valer más de lo que cuesta producirlos. Para entenderlo, hay que remontarse a un principio fundamental de la economía: la teoría subjetiva del valor.
Para entenderlo vamos a decir que “el valor está en los ojos del que compra”. A diferencia de lo que sostenían los economistas clásicos con la teoría del valor-trabajo, que vinculaba el precio de un bien con la cantidad de trabajo necesario para producirlo, la teoría subjetiva del valor plantea que lo que determina cuánto vale algo es la percepción y utilidad que tiene para cada persona y que incluso puede ser diferente entre distintos individuos.
Un ejemplo claro se observa en el mercado inmobiliario. Mientras que un departamento en el centro de Rafaela puede costar varias decenas de miles de dólares, una propiedad de similar tamaño en otra localidad cercana, por ejemplo, Villa San José, puede costar una fracción de ese precio. No es que los materiales de construcción sean distintos, sino que la demanda y la utilidad percibida son mayores en la ciudad, donde hay más funciones que darle, no solo vivienda, sino consultorios, oficinas, etc.
Otro caso paradigmático es el precio de ciertos alimentos. En distintos momentos, el kilo de tomates o de lechuga ha fluctuado de manera abrupta. Esto no solo responde a los costos de producción, sino a cuánto valoran los consumidores esos productos en un momento determinado. Si una helada afecta la cosecha de tomates, su precio se dispara porque hay menos disponibilidad, pero la gente sigue queriéndolos. La percepción de escasez aumenta su valor, sin que el costo de producción haya cambiado sustancialmente.
Lo mismo ocurre con bienes como el dólar. Aunque imprimir un billete estadounidense cuesta centavos, su valor en Argentina se dispara porque la gente lo considera un refugio de valor frente a la inflación que deprecia la moneda propia. No importa su costo de fabricación, sino la confianza y la utilidad que le asignan quienes lo compran.
Los precios se determinan en gran medida por la interacción entre oferta y demanda. Un mismo bien puede valer mucho en un contexto y poco en otro, dependiendo de cuán necesario o deseado sea. Así, la teoría subjetiva del valor explica por qué pagar más no siempre significa que algo "cueste más producir" y por qué el precio de los bienes responde a las percepciones y necesidades cambiantes de los consumidores. En las zonas de playa, los protectores solares y las cremas pos solar suelen tener mayor precio que en lugares no turísticos y en invierno.
El mercado de la moda también ofrece ejemplos claros de la teoría subjetiva del valor. Zapatillas de edición limitada, como ciertos modelos de marcas deportivas, pueden costar varias veces más que un calzado convencional, simplemente porque son percibidas como exclusivas y deseadas. Lo mismo sucede con productos de lujo, como carteras de diseñador o perfumes de marcas reconocidas, cuyo valor no radica en los materiales utilizados sino en la imagen y el estatus que otorgan a quienes los poseen.
Si con lo expuesto no se convencieron, vamos por un nuevo intento. Situémonos en el boliche de moda, sea la Fabrica de los ´90 o en el actual Teos de Esperanza, e imaginemos a una chica bonita con varios pretendientes: su "valor" no está determinado por el esfuerzo que ha invertido en su apariencia o educación, sino por la percepción y la preferencia de cada joven que la mira. Para algunos, su belleza puede ser el atributo más importante; para otros, su inteligencia o personalidad pueden hacerla más valiosa. Si muchos pretendientes la consideran altamente deseable, su "demanda" aumenta, lo que, en términos económicos, eleva su valor subjetivo en el "mercado del amor". Sin embargo, este valor varía según cada pretendiente: lo que para uno es un ideal, para otro puede no ser tan atractivo, demostrando que el valor no es una propiedad intrínseca, sino algo determinado por las preferencias individuales.
Entender este principio permite ver que en la economía no siempre hay respuestas lineales y que el valor de las cosas está, en gran medida, en los ojos de quien las desea.
#BuenaSaludFinanciera
@ElcontadorB
@GuilleBriggiler